ANaTEMA DE OFICIo

 



“Usted dirá que razono mi odio. Cómo no razonarlo. Si tengo la impresión de que vivo soñando.” Art[1]

Un movimiento ligero de las manos. La vieja máquina de escribir campanea. Las letras emergen. Las ideas no logran formarse a la velocidad que se mueven los dedos. Hay una prisa por terminar un texto que aun ni comienza. Hay temor en los movimientos, la cabeza trata de buscar asilo en alguna lectura reciente. Solo puede recordar con error que hace pocos días vio en la estantería de una librería exhibido el primer libro de cuentos de un idiota sin talento al que tuvo el infortunio de conocer hace más de diez años y con quien junto a otros enclenques literarios formaron una especie de taller para escritores inéditos. Ahora que titubean sus dedos y cabeza al unísono, reflexiona con dolor que él es el único que sigue sin publicar. Ha buscado mil excusas, Todas se resumen a un miedo sin cuerpo. Simplemente tiene miedo. Un miedo paralizante que no le permite liberarse de su fracaso. En esos tiempos pretéritos recuerda que varias personas que fueron ocasionalmente invitadas a esas veladas literarias con esos otros tarados, no dudaban en afirmar que el único con mediano talento para escribir era él, sin embargo, nunca creyó en halagos. Siempre prefirió hundirse en la mierda de los insultos y la envidia que los demás le mostraban. Envidia que no lograban disimular sus compañeros literarios. Pero las cosas son así. Sabe que ya no es tiempo de llorar. Esta acá escribiendo. Meditando lo superfluo de cada palabra que digitan sus miedos sobre las teclas. Piensa que su madre le leyó un par de veces y admitió con un poco de vergüenza que se le dificultaba mucho entender sus escritos. Sus dedos recuerdan la arrogancia con la que recibía aquellas críticas y decía que el no se iba subyugar a una escritura mediocre simiesca para ser entendido, él escribía para si mismo no para ser leído por analfabetas modernos. Vuelve y reflexiona en lo que acaba de escribir. Quizás esta sea una excelente excusa para no haber intentado publicar. Asegurar que sus escritos no son adecuados para los lectores de hoy y que peor aún, sus escritos no buscan ser entendidos por un lector es de una arrogancia que toca con la estupidez de los que desprecia. La cabeza al comando de sus dedos agiles está en busca de un sentido propio. Aunque las palabras en la mayoría de sus textos puedan parecer estrambóticas, artificiosas y quizás si lo sean, no son palabras que el no use. Bueno no las usa cuando habla, porque a diferencia de los grandes escritores él no se relaciona con inteligencias finas o acaso leídas. Así que si va a escribir como habla mejor no escribe. Porque sus dedos no suelen escribir para ser entendidos con las personas que frecuenta y de las que realmente más que lastima  siente desprecio y tirria. Su contacto con la realidad se funda mayormente con gente mediocre que no lee o que si lee se jacta de leer novelitas de moda como las del boom latinoamericano. Esto le hace Pensa de nuevo en el insípido autor del nuevo libro que vio en aquella librería, y como le aconsejó por aquel entonces que leyera a García Márquez y a Vargas Llosa que posiblemente podría aprender un par de “técnicas para escribir” que harían depurar su lenguaje para llegar más fácil al público lector. Vuelve a recordar que con arrogancia que a él, el lector le importa una mierda. Que él solo quiere salir de duda. De sus dudas cuando escribe. Su escritura es un ejercicio catártico, porque ahora que está frente a la hoja a medio escribir reconoce que esta plagado de demonios, que con cuarenta años encima, no se ha hecho mas ligero sino, mas paranoico, ansioso y cobarde. No escribe con mesura porque tiene la seguridad de que nadie o muy pocas personas lo van a leer y a la mayoría de los que lean les parecerá completamente irrelevante la lectura de sus textos… se detienen los arácnidos movimientos de sus dedos, quisiera tener mas cerveza en la nevera. Agota el último trago. Tiene un impulso repentino, que realmente es bastante frecuente de citar algún autor conocido pero no muy leído actualmente y que a su modo de ver sea bastante desorbitante. Piensa tal vez en la decadencia de la prosa de Onetti, o la perversa mística de Felisberto que tanto sirve para dar un aire oscuro a los escritores y lectores latinoamericanos anhelando siempre de intelectualismo de mierda. Tiene muchas ganas de leer a un argentino que dicen es la otra voz más potente después de Borges, un tal Saer. Quiere leerlo, pero sus libros son difíciles de conseguir o bueno eso quiere mentirse, pues en realidad no es cierto. Ahora que su cabeza lo piensa, pero lo omite en su texto, recuerda que al lado del libro de cuentos de ese deplorable personaje del antiguo taller, estaba un libro nuevo de Saer. El impulso de sus dedos se apaga, ya no sabe por dónde ir, no quiere presumir, no sabe bien presumir que, ¿a quién le va a presumir? ¿A su relectura? Porque sabe que tiene que releer esto que esta escribiendo para saber si tiene salvación o si definitivamente ira al tacho de basura. Estira su cuello y mira para atrás, piensa que su cuarto es extremadamente kafkiano, le molesta ese adjetivo, aunque sea tan preciso, lo usan con frecuencia los que se las dan de listos, aunque no está mal el adjetivo como tal, sobre todo para usarlo en este tiempo tan absurdo. Es una habitación estrecha. Sin cuadros en las paredes, un closet pequeño, viejo y feo siempre con las puertas abiertas develando las montañas de ropa sin doblar, la cama es rústica y sobre ella duerme su gato plácidamente al lado de un libro de Teosofía de Blavatsky que ha retomado por tercera vez y no ha podido terminar. En su escritorio está la maquina escribir. Al lado hay un par de libros uno que es una antología de poesía modernista y lo tiene separado en unos versos de Lugones. El otro libro es de un autor raro de la nueva generación olvidada que habla de un manicomio en Italia donde supuestamente estuvo recluido el gran Laszlo Toth. Sabe funestamente que por estos días vive obsesionado con semejante personaje, no duda en decirle a su gata que él es Laszlo Toth. El otro libro no es libro en el sentido estricto de la palabra es una novela grafica de otro argentino: El Eternauta de Oesterheld. ¿A dónde va con todo esto? Vuelve a caer en ese mundo literario personal que ni al mismo le importa ¿para que quiere recordar los libros que esta leyendo?un inventario inutil de lecturas. Vuelve la imagen del fracaso, pero la asocia ahora con la figura de Toth, aunque mejor aun con la idea de destrucción de una obra que no es suya, que para hacerla suya debe destruirla, piensa delirantemente ir de librería en librería y hurtar todos los libros de ese abyecto personaje del pasado y luego hacer una hoguera con todos ellos. Piensa con sorna lo ridículo de la idea. Piensa que le da a un escritor tan mediocre como él suma importancia. Prefiere usar sus estudios psicoanalíticos para decir que todo es producto de su proyección. Ya que en realidad no quiere quemar la obra de un escritor sin valor, sino que quiere quemar su propia obra, pero no puede hacerlo, lo sabe bien porque jamás su obra será publica o por lo menos no mientras este vivo. Vuelve a la cabeza que impulsa a sus dedos y escribe como piensa: Kafkiano. Todo es kafkiano. Cuando muera, piensa mientras escribe, que alguien de los pocos que han leído sus manuscritos inacabados hará lo mismo que Max Brod e intentaran sacar su obra a la luz. Y sus dedos se llenan de orgullo, sueña que alcanzará la gloria póstuma. ¿para qué? A veces cree que de muerto se sentará en el borde de la realidad y espiará la Vida buscando quien lo mantendrá en su memoria después de muerto…. todo texto es autobiográfico. Todo texto no es mas que una evasión por entender, por entenderse. Escribir es buscar la forma de perderse entre palabras, una forma sutil de mover los dedos y escabullirse del mundo, de buscar excusas para no hacerse público...se devuelve hasta el comienzo del texto donde ha dejado un espacio para el título. Esta parte del texto, aunque no está al final del texto la escribió al final, aprovechando el punto seguido y como se ha percatado que este texto no es que tenga en realidad un orden narrativo. Aclara que la vida en si no tiene un orden narrativo, eso es asunto de los historiadores, cronistas y escr…. Él no se siente nada de eso. Piensa que a lo sumo lo único que podría hacer en ese oficio de escritor sería el de epilogista… no epilogista, no. Se le confunden las palabras. El quiere ser es epigrafista. Llenar de epígrafes toda suerte de libros que caiga en sus manos y que ni al comienzo ni entre capítulos se atisbe un epígrafe. Ese sería su pequeño aporte al movimiento de plagiarios seguidores de Toth. Agregaría epígrafes, apócrifos o no, lógicos o no, en textos donde el autor jamás hubiera pensado poner un epígrafe, pero que daría a la lectura una nueva interpretación al texto, tal vez lo confundiría y abriría la posibilidad de una lectura completamente nueva y maravillosa (acá termina su intromisión en medio del texto, avisando que lo que sigue lo escribió antes) …. Deja que la escritura haga lo suyo y escribe lo primero que se le ocurre: ANATEMA DE OFICIO. Si bien ahora no recuerda bien que es un anatema, pero quiere pensar que esta relacionado con lo oneroso, lo siniestro, la catástrofe quiere saber si bien el anatema también está vinculado de algún modo con lo religioso así sea con lo profano. Le gusta lo profano, o eso siente que piensa. Es extraño porque es un remordiente (Remordiente: es una especie de penitente, de pecador que constantemente se arrepiente, y también se remuerde. Es oxímoron, ya que el que se remuerde lo hace por no haber hecho y el que se arrepiente lo hace por haberlo hecho) mientas escribe esto no soporta la duda y se para a buscar el diccionario, efectivamente hay cierta relación con lo dicho anteriormente o bueno, eso quiere pensar. Porque sabe que su oficio de escritor está maldito desde el comienzo hasta este final que queda en puntos suspensivos…



[1] El epígrafe ha sido elegido al azar. De un libro tomado al azar. Abriendo una página al azar. Leyendo un párrafo al azar.

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