Hay palabras prohibidas que solo logran ser proferidas una o dos veces en la vida. Algunas nunca logran ser dichas por temor, desconocimiento o falta de invención del creador de los fonemas no dichos.
Estoy frente a un
tablero de ajedrez que he heredado de mi padre. No recuerdo haber jugado nunca
con él, aunque tengo el presentimiento que fue él quien me enseño el movimiento
básico de las fichas. Aun hoy me pregunto si mi padre sabía jugarlo. Tengo la
impresión o la ilusión onírica de haberle visto organizar las fichas, pero mi
imaginación no alcanza a verle nunca iniciando un juego.
Hay palabras
prohibidas tan terribles que aun siendo una emulación del silencio pueden
destruir una vida o un universo.
Tiendo a sospechar
que eso llevo a la prematura muerte de mi padre luego de escapar de ella, un
par de veces días cercanos a su deceso. Sospecho que la muerte de mi padre es
producto de su cobardía, de no atreverse a comenzar el juego.
Hay palabras
prohibidas que algunas veces se disfrazan de hechos y otras veces de emociones.
Pensó tanto en el
movimiento, en la estrategia, en la ficha precisa que se enquistó el cáncer en
su pensamiento y sigilosamente, como un gran maestro del juego, movió sus
fichas y le atacó sus tumefactas defensas, flanqueando todos sus órganos.
Hay palabras
prohibidas que solo son pensamiento.
La jugada comenzó
con el bazo y luego dejó sin posibilidades al páncreas.
Hay palabras
prohibidas que arden en la sombra de un recuerdo. Algunas tan afiladas que se
hacen suspiros.
Mi padre siguió
pensando en su imposibilidad, en su fracaso ante la jugada maestra de su
enemigo. El pensar lo trasmutó a ira. En una ira estática que le estrangulaba
todo el sistema linfático.
Hay palabras
prohibidas que son tan solo una cordillera de pecados inconfesables que son la
ruina de aquel que busca la redención en un acto de bondad.
Era un mal
perdedor. Y sin mover ficha alguna quiso hacerle frente a la muerte. Ya sin
defensas, sin sus torres ni alfiles, con sus caballeros dormidos por la
quimioterapia. El muy osado cantó Jaque.
Hay palabras
prohibidas que enuncian los locos e incomodan a los tontos porque son aguas
claras que revelan la mugre de los rostros, pero no limpian su inmundicia.
Era cierto que el carcinoma
había desaparecido. Había soportado la batalla o eso se figuraba. Nadie gana
ese juego y menos sin comenzarlo, sin mover una sola ficha. Su enemigo era
astuto, sabia lo necesario para poner en jaque a su adversario, entendía que
los sacrificios de ciertas fichas son necesarios para poder ganar la partida.
Para que el rival baje la guardia y en el momento menos esperado acorralarle.
Hay palabras
prohibidas que salvarían la vida de un hombre si el orgullo que no es otra cara
más del miedo no se interpusiese.
Mi padre lo encegueció
la cobardía vitoriosa y no vio el ataque. No escucho las palabras prohibidas
que su conciencia le dictaba. Pensó antes de sentir su cuerpo, antes de sentir
el susurro de sus órganos. Pensó y pensó, siempre pensando, en estrategias y
nunca en actos que su rival agonizaba y solo eran nimias patadas de abogado.
Hay palabras
prohibidas que solo son escuchadas en sueños y olvidadas en la vigilia.
Una fiebre, no era
motivo para preocuparse, mi padre permaneció flemático sin mover sus fichas. No
presto atención a la reina que sin misericordia atacó directo a su corazón.
Hay palabras
prohibidas que suelen ser tan pueriles que dejan de causar un daño y se
convierten en paisaje.
Mi padre no escuchó
ni advirtió venir el jaque mate. Murió sin presentirlo. Sacó antes la basura
como todos los días.
Hay palabras
prohibidas que son ceniza de muerto.
Con los ojos
abiertos abrazó la derrota y no supo nunca que las palabras prohibidas marcaron
para siempre, el juego de la vida de su hijo, que hoy repite la cobarde
estrategia de un Bartleby que prefiere guardar silencio y convertirse en una
ficha pétrea.
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