EL ANIMERO



Las grietas de la catedral parecen sonreírte. Las telarañas edificadas en los postigos simulan a su vez una mueca alegre a la cual no respondes. llevas en tus manos la luz casi exigua de un lirio y no logras atisbar los rostros jocosos de aquellos habitantes subterráneos que te lanzan azares al entrar al mausoleo. 
El viento helado atraviesa la plaza, recorre las calles empedradas, que reciben el eco triste de tu voz rezongosa. Tu mirada está perdida en el horizonte de tus pasos. Caminas lento como si el andar fuera un acto tortuoso. Todas las ventanas de las casas se cierran al escuchar el canto lastimero de tu voz. Eres ave de mal agüero, tu nombres usado para asustar a los hijos rebeldes, a los parias, incluso en las prisiones tu figura causa terror cuando algún reo por algún azar logra ver, encaramado a los barrotes de una pequeña ventana, tu pálida figura cruzando la calle. Todos temen a tu presencia porque nunca caminas solo, porque tus rezos responden al eco de otras voces que presentimos y que hielan la sangre de todo mortal. ¿Acaso tú no les temes, a aquellos que te siguen a las espaldas? ¿Acaso no te has percatado de aquel séquito que te acompaña todas las noches desde que cruzas el portón del campo santo? Incluso hay quienes han escuchado pesadas cadenas arrastrándose tras tu paso. Muchos aseguran que tu alma está condenada por un infame acto cometido hace tanto tiempo. Otros incluso juran que eres más arcano que los más ancianos de este pueblo, que has estado acá desde la colonia, que eres un judío errabundo que escapó de Europa y vino a estas tierras vírgenes escapando del horror de una vida infecta de crímenes. Pero yo te he visto a los ojos, yo me he topado contigo, frente a frente, y te he sonreído, y tu pasaste de largo, pero me he percatado, que tus ojos tienen algo de ternura, que no eres quien todos dicen, eres un hombre triste, un desdichado que hace mucho perdió a su amada el día antes de dar a luz a ese hijo que tuviste que enterrar con ella. Estas condenado a la soledad, y buscas el amparo de ese amor desconsolado en la compañía silenciosa de todos los muertos que esperan la salvación de su alma en tus plegarias terribles, cuando la verdad es que en tus rezos moribundos solo estas implorando clemencia y sosiego por esa llama infernal que enciende tu alma en pena.

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