Retazos de una palabra enfundada

 


Quisiera soñar con tiernos ocasos pero solo vislumbro temidos amaneceres dónde la promesa de un nuevo sufrimiento coquetea sin pudor la herida que el dolor del remordimiento no ha permitido sanar la ausencia. He falseado todas mis promesas, he dejado las lecturas para después, me he reconocido en el espejo de los tontos. Tengo los parpados inflamados por el miedo repentino de la vida. Duermo un par de horas mientras hago pedazos mis empresas de humo y me visitan los fantasmas, una corte de espectros danzan en las sombras de mi cuarto. Ya no escucho música para calmarme o para enloquecer. No puedo levantar el brazo para pintar el rostro de un dios olvidado, ya que tal vez sea la máscara remota y pétrea de Godot. Mi animal es el silencio que aun no acepta mi ignorancia cuando mi voz sigue presumiendo el arrogante paladeo de una retorica circense, una lengua de cal y fuego de la salamandra de mis quimeras, donde mi babel es la prisión de Ariadna. Y aún no sabe el tigre que duerme en mi miedo, allí, en un crucigrama incompleto sobre el escritorio carcomido por termitas de mi padre, faltan cuatro letras y algunas posibles soluciones: -Amor, Dios, Sino, Pena, Culo, Flor... he jugado por semanas el ajedrez con mi sombra, siempre terminamos en un empate, nunca logro salvar la reina y presumo de caballos que solo intimidan en la quietud de un movimiento que no logro llevar a cabo. Debo volver a tomar las riendas de mi sintaxis, la poesía es un estado perpetuo de caída en el vacío, y tengo miedo de morder nuevamente los versos de Panero y peor aun interpretarlos amañadamente en un ensayo sin pies ni cabeza. Vi las olas del mar acariciar mi piel, yo estaba allí, la sal entró por mi nariz, el sol hirió esta piel lechosa y podrida. (Se abre un espacio en la herida del tiempo) La humanidad es un pobre suspiro que ni el tiempo no el cosmos recuerdan... A estas horas, duerme el recelo de los muertos en mi pereza, y aunque cansados están mis ojos de contemplar los cuerpos que solo me brindan su pútrida belleza, miro insondable la oscura pared del costado izquierdo sin perder la concentración aunque un oído tamborilea y yo vanamente quisiera menguar los suplicios de mis cobardías, la ira que no es más que otra excusa para negar mi humana debilidad de pensamiento inútil. Pocos entienden el horror de un hombre que le teme a la vida. No puedo leer la sangre de la heroína de Espinosa, a estas horas en que mi sangre no duerme y hiere cada recodo de mi cuerpo, en el que soy el templo en ruinas de una infancia olvidada por un ciego errabundo, un cadáver parlante y arrogante, que camina sin rumbo, o quizás, soy aquel que vive en el oprobio de no hacer nada, y el reloj es mi verdugo aun cuando he detenido el tic tac. En estado catatónico pasa la vida sin ser vivida como un cortejo fúnebre que arrastra una tumba vacía. Sigo esperando la calma en esta madrugada de miedos con la pluma cansada de no decir nada. La belleza duerme en lo horrible, lo demás son estatuas de sal, porcelana barata, resquebrajada en los espejos de la vanidad fatua y sin erotismo... quisiera escuchar unos pasos por la escalera y no la angustia sacudiendo las mareas de mi alma... nadie se aproxima, ni el sueño ni la muerte, cae la dama en el tablero. 

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