Flojera de estilo

 


"La horrible miseria esta en nosotros, es la miseria de adentro... del alma que nos cala los huesos como la sífilis." Arlt

Escribir es un ejercicio tortuoso o como dice Bolaño: un acto masoquista… No puedo hacer los ejercicios de estilo que Flaubert le imponía a Maupassant cada vez que este visitaba a su maestro, no alcanzo siquiera a profanar y copiar los de Cabrera Infante, mucho menos los de Queneau. Soy un flojo de estilo. Ni para escribir un diario de escritor tengo el pulso y aun así me martillo la conciencia repitiendo que soy un escritor, que no soy ni pintor ni mucho menos un analista. Hago todo menos lo que siento. Soy un cuadro vacío, una pintura echada a perder de Malevich, una terapia interrumpida, soy un orgasmo arruinado de todo acto…

La mano izquierda sigue electrizada por la ansiedad de sentirme decrepito con el pasar de los días, las canas son alfileres que se encarnan en mi piel recordando la futilidad de mi espíritu. Solo en unas cuantas décadas tendré la edad en que murió mi padre y este a mi edad ya era padre y se mataba trabajando para traer confort y libros a su hijo inútil. Sé que, aunque no llegaré hasta esa cifra luctuosa y paterna, pero no será a causa de un arranque de valor, no. Se que mi propio cuerpo, está conspirando desde hace un buen tiempo en mi contra, hace rato está intentando deshabitarme…. En realidad, es poco es lo que eso me interesa. Lo que me duele es la flojera de estilo, las pocas ganas de romper mi fracaso de cristal, en otras palabras, mandar a la mierda las quejas de mi prisión confortable. Estoy harto de la complacencia, servir al deseo del otro, aunque bueno, algo así dice el petulante de Lacan… pamplinas… paparruchadas… Palabras vacías.

Yo no persigo un sueño, solo lo miro desde mi letargo, desde el teatro de la infamia que construí con esmerado miedo, desde la platea de la molicie que me impide hacer y situarme en un estado maldito y febril.

Ante los ojos del dios vulgo y del diablo del tedio, debo terminar mi tesis sobre Leopoldo María Panero, hablar de ese intersticio entre la locura, el lenguaje y la poesía. Excremento argumental que a ningún académico verdaderamente puede interesar. Por eso prefiero procrastinar se ejecución y leer los Siete locos de Arlt (al fin y al cabo, la literatura que persigo está plagada de locos y malditos desgraciados con un poco más de suerte y cojones que yo). Aunque pensándolo bien, yo de loco tengo lo tengo de idiota. Me sueño loco para darme aliento. Soy el loco idiota, el inofensivo, el perezoso que no hace ni una mínima revolución con su sintaxis negativa. Que sigue dándole vueltas al asco del mundo plagado de acéfalos con esteroides y siliconas (o en su defecto filtros digitales) que bailan frente a una cámara para recibir un fantasmal dedo hacía arriba que no logra ni acariciarles el ano.

El colon está a reventar de tanto reprimir la mierda que tengo que cargar por quien sabe que demonios. Quisiera escribir, hacerme escritor, pero miro para atrás y para adelante y me petrifico de horror. Querer hacerse escritor en estos tiempos es realmente una locura. Porque siendo honestos, mi prosa poco tiene del escritor de oficio, no tengo vena para ser cronista y me valen un carajo esa ralea putrefacta de escribidores que se llaman periodistas. Siendo un tullido vibrante, no alcanzo a ser como ese estereotipo de mentecatos sin literatura que vomitan diariamente las editoriales, imbéciles que los miembros de talleres de escritura creativa idolatran… ¡a la mierda si no soy conciso! ¡a la mierda si plago mis textos de metáforas, de retruécanos, de adjetivos o palabras que el promedio desconoce! ¡Cojan un diccionario hijos de puta! Estoy jodido de igual manera, nadie me va a leer ni yo pienso escribir para nadie… No hago parte del engranaje, soy un hombre inútil, improductivo, una pieza defectuosa en la maquinaria especulativa capitalista. No soy ni seré mucho menos un artista, ni un revolucionario o un subversivo, pero tampoco puedo ser un asalariado, un borrego que vive por un jornal para pagarse una jubilación poco probable. Tampoco puedo ser feliz como Henry Miller en Paris, viviendo de la caridad de los otros, no soy feliz ni en la riqueza ni la pobreza. Estoy cansado de no hacer nada por eso prefiero no hacer nada. Estoy en un punto muerto. soy el enemigo silencioso de dos bandos antagónicos y todo por sentirme una burda sombra de  Bartleby, tan cómodo en mi desesperación, en mi ansiedad, en mi impotencia y mi falta de estilo.

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