Ha de
cifrarse el lector, a poco más de once años a partir del presente próximo y
eterno que aún no se vislumbra. Una vez allí podrá atisbar al último hombre
pensante, con la mirada perdida en el horizonte inundado de torres de concreto
y cristal. Esta historia (apócrifa por supuesto) ha de intentar seguir las
quiméricas huellas de su fatuo destino.
Como no puede ser de otro
modo, serán sus acciones, o mejor, sus pensamientos… no.. no.. no.. ¿Qué digo?
Nada de eso, es el fútil acto de pensar lo que condenará a ese hombre
fantástico a engrosar la delgada lista mitológica que se forjará en el mañana
sobre los defenestrados.
Porque ha de saber el lector
improbable de hoy, que, en esos años venideros, será bastante frecuente el
olvido, que nadie sabrá nada de Sócrates o la cicuta, o del ostracismo. Ya ni
los ancianos recordarán en sus memorias colectivas las poéticas muertes a manos
fabulosas dictaduras del pretérito. El asunto allí es que nadie sabe muy bien
porque, pero el único reducto suicida y homicida que tendrá la humanidad es esa
futura suerte que le depara a este hombre ficcional. La muerte solo ha de venir
por esa ventana, por la que ha de estar mirando por ese entonces, no ya el
cielo si no el suelo infectado de curiosos frenéticos que muy cobardemente lo
condenaran una vez que lo descubran y se hagan cómplices de su acto de
pensamiento.
No te preocupes lector, que en
ese día al igual que hoy, la multitud será tal cual lo ha sido, una masa
informe, sudorosa y decrepita que sólo destila miedo, ese terror desesperante
que despierta el pensar por sí mismo. No temas, lector expectante, porque el
miedo siempre será la cruz de la humanidad culturizada, porque nadie más que
ella teme dejarse invadir por el de seo de imaginar que un hombre puede pensar
por sí mismo sin ninguna consecuencia. Ellos son la consecuencia, ellos son el
resultado implacable del miedo en respuesta de aquel ingenuo que intento llevar
a cabo el acto de pensar. Ellos son el mecanismo de control del pensamiento
autónomo.
Y allí estarán, con la mirada
fija como la tuya al recorrer estas palabras. Estarán allí, desesperándose,
impacientándose, llegando incluso a implorar para que el ultimo pensante dé el
salto mientras estará, quizás, intentando olvidar porque está allí, frente a
toda esa multitud, porque está allí para saltar –Eso es pensar- podrá
decir para sí mismo- sigo pensando y pensando. El acto de pensar me
devora, aunque intente pensar en otra cosa, aunque intente pensar en el vacío,
mis pensamientos se llenaran de ese vacío y no podré dejar de pensar en él. No
hay nada que pueda detener este torrente que en un principio intenté pretender
que ínfimamente se trataba de un asunto de palabras, palabra huecas e
intemperadas, como las que escuchamos a diario para ir al trabajo, palabras
obsoletas con las que hemos construido toda esta cultura de palabras, de
fonemas, de discursos para intentar desastrosamente no pensar en nada… ¡Pobre
de mí- quizás aquí el ultimo pensante suspire- ¡pobre de ellos!
Mintiendo para creer que así las palabras obnubilan el pensamiento, sabiendo
secretamente que el pensamiento siempre ha estado allí, donde presumen
acallarlo, desde allá ha tirado de los hilos para hacer creer a los hombres que
las palabras y su ciencia pueden detener al mito impronunciable… sueñan con que
la palabra es fáctica y materia, un arma con la que fusilaran y acallaran al
pensamiento…- posiblemente en este instante de los ojos desolados del
ultimo pensante se deslice su última lagrima y tenga este último y desconsolado
pensamiento -…pero al final, pobre de mí, porque he de morir al saltar
por esta ventana… y pobre ellos porque verán caer a un hombre de la ventana,
sin siquiera admitir querer saber, aquello que ya saben muy bien; que no es un
hombre quien salta por la ventana, sino que lo que ha de saltar por esta
ventana es un pensamiento vivo que ha de trascender su silencio…-
Poco probable será que el
lector persista y no se aburra de leer, para no postergar más su inminente
huida.
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