LA MANSIÓN DE OBLIQUE


Ya no sabe con precisión por cuanto tiempo ha dado vueltas al infinito corredor azul de la paracéntrica mansión  buscando las escalas que conducirán sus pasos al segundo piso, donde el magistrado Oblique le espera, quizás frunciendo el ceño por la escandalosa tardanza. Se detiene unos minutos fatigado, y se percata que el tiempo se ha detenido hace quien sabe cuánto, pues por la prisa olvidó darle vuelta a su reloj de bolsillo, que tanto atesora, al ser un legado familiar tan valioso para un hombre como él. Sin evidentes rasgos de preocupación, mira hacia arriba, aquellos cristales por donde la luz filtra  al final  de la bóveda. La tarde está cayendo, derrotada ante el tiempo que se detuvo en su reliquia de bolsillo. Baja nuevamente la vista, sabe que debe continuar su carrera por el corredor, tiene la ridícula idea que está siendo perseguido por alguien, pero solo son los ecos de sus pasos que resuenan en el corredor celeste, mientras recuerda con dilación, las palabras del viejo mayordomo que le abrió la pesada puerta de la mansión:
-Vaya derecho, por allí, bordeando la pared, esté atento y verá muy pronto una esquina, gire luego a la izquierda y allí mismo encontrará las escaleras que lo conducirán al recinto donde le espera el señor magistrado. -
Sus pasos permanecen, se prolongan… 

¿Puede acaso un hombre ser tan desatento de no sospechar y develar el  engaño, la vil trampa en la que se encuentra inmerso? Su tragedia no es la de Teseo. Es algo más simple, una vaga ligereza. Ha pasado por alto en sus incontables vueltas por el corredor, una palabra, un adjetivo y un hecho, por los que jamás podrá encontrar una esquina en aquella mansión, o por lo menos no lo hará hasta que las leyes de la geometría sean sometidas a un nuevo juicio por parte de una lógica deliberada y más compleja. 

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