Ejercicio de escritura de un muerto a medianoche

 


El jardín de la muerte. Hugo Simberg. 1896


Joven, no tan joven he muerto. Trasunto quizás de Blas Cubas. Mi epitafio es pobre como mi obra. Fui un hombre ajeno al bullicio, como a la gloria que siempre me fue esquiva, y la verdad poco fue lo que hice para merecerla. inconsolable mendigo en el amor, de prominente nariz quevedeña. No fui soldado ni médico. Escribidor de entreplumas. Tinterillo protervo, seducido por la musa licenciosa de la carne trepidante, la fineza de unas piernas. Oscuras fueron mis metas y en la ceguera perdí el rumbo. Hoy la muerte me acompaña en el recuento de la insignificancia de la vida. No dejo hijos ni esposa, y los pocos amigos, seguro me olvidaran luego. Perverso en sonetos afilados o son filo. La vida fue tan vulgar como la de cualquier otro. No realice nunca actos heroicos y aunque no fui un villano, de muchas cosas me arrepiento. De lo que mas me quejo fue de la fatiga de la espera, de esperar que la pera cayera sin tener que levantarme. La flora o molicie, me encadenó a la excusa. Me atiborré de libros, que leí vorazmente sin entender ni un cuarto. Frecuenté lugares insignificantes como su frecuentantes. Un ciudadano poco ejemplar. Un trabajador mas en este oficio mediocre de vivir. Ahora no se si muerto podre hacerlo mejor. Creo que morí mediocremente y me perpetuaré en la nada mediocremente. La medianía es un lugar confortable. Son leves los murmullos de los otros, y tu nombre es el genérico de otros. Tu escudo familiar sirve de posadero para los que se sientan a tomar el café en el velorio. Nadie se queda mucho tiempo mirando tu rostro gris en el féretro. Duele un poco saber que estoy muerto y que ninguna mujer de cierta belleza te vaya a llorar o a extrañar en demasía. No fui indispensable para nadie ni para mi mismo y tener una vida digna de recordar acá en la eternidad de la muerte. Trabajé escribiendo, pero no fui escritor, no intenté nunca serlo. Escribía en una revista mediocre, haciendo criticas de cine, sin entender mucho del asunto, sin importarme acaso mas de lo debido por un arte en el que poco soy ducho. Tengo aun predilecciones por la imagen en blanco y negro, el color de los fotogramas me aburria porque me recordaba la vida misma. La poesía de las sombras me seducía con mas potencia, ahora que estoy acá en la fosa, creo dar por concluida con creces esa fascinación por la sombra. Todo es oscuridad, quietud y oscuridad. Aunque mi voz de muerto sigue hablando solo para mí. Esperaba que aquí encontraría el descanso eterno, y sigo parloteando sin mover los labios sin ver mi cuerpo, sin sentir como los gusanos se dan un banquete con mis restos. No siento, pero siento. Siento no sentir. Siento no poder hablar, hablando con esta voz de muerto que no habla. Quisiera escuchar la música del viento allá afuera. Pero nada puedo. Todo es silencio, memoria y silencio. Puedo recordar alguna melodía de un bandoneón, la voz de una mujer de la que estuve siempre enamorado. Pero no es su voz la que escucho ni es el bandoneón lo que suena. No escucho nada. Creo que escucho. Quiero creer que escucho. No tengo los ojos cerrados porque no tengo ya parpados y aun así no veo nada. Ni la noche que me cubre. Creo ver la nada porque se que eso soy ahora. Es tal vez mi única certeza. Saberme nada. De cuanta ayuda me hubiera sido saberme nada cuando estaba vivo. Así hubiera dejado de perseguir quimeras y… la eternidad es una abstracta compañía.

Comentarios