LA PARTIDA DEL SEÑOR WRAITH




Nos encontrábamos sin falta cada tarde en ese amurallado jardín, donde progresivamente iba falleciendo con el declinar de las auroras, un cerezo seco y enjuto. Nos citábamos allí, para jugar una partida de ajedrez y para hablar un poco del mundo de allá afuera. El señor Wraith me esperaba siempre en el mismo sitio, con la mirada perdida en el muro del pabellón derecho, sentado frente al tablero, comandando las fichas blancas como el notable Kieseritzky[1], mientras yo me valía de un bruno ejército para la casi eterna contienda. Su propia figura parecía emular una extensión de las fichas, su rostro pálido como el marfil contrastaba con su fino sombrero de fieltro negro inclinado un poco sobre su cabeza cana y casi despoblada, sosteniendo entre las piernas su viejo bastón, donde apoyaba ligeramente sus dos cansadas y arrugadas manos. Al verme, instintivamente hacía un gesto de reverencia con el sombrero, se levantaba un poco de su asiento y se inclinaba otro tanto hacia adelante. Yo respondía, del mismo modo a su cortesía; debo admitir que el señor Wraith, me inspiraba un profundo respeto y una siniestra admiración.
Durante el juego, era él quien mayormente hablaba, yo sólo confirmaba con gestos y sílabas errabundas. Sus historias de otros tiempos, me hechizaban, pero no por el hechizo que tiene el pretérito desconocido cargado de misterios y de leyendas que a veces nos resultan tan risibles, tan ajenas. No, no era esta la razón, al contrario, el hechizo que ejercían sus palabras, se debía a ese carácter de familiaridad, de cercanía con que esas historias llegaban a mis oídos. Hasta las más breves e insustanciales anécdotas del señor Wraith me resultaban próximas e inteligibles, que incluso, al narrarlas, con esa voz jadeante y gangosa, reconstruían en mi mente, la escena con minucioso detalle como si fuesen lienzos del propio Courbet[2]. Lo más curioso de todo, es que el señor Wraith, no era un prodigioso narrador como se podría llegar a suponer, carecía de ese don que las musas le obsequian a tipos privilegiados. En lo absoluto, incluso muchas veces, perdía el hilo de sus historias y volvía a contemplar aquel infranqueable muro del pabellón, mientras yo, sin saber cómo y por qué daba fin al episodio omitido en sus relatos. Su mirada se alejaba del muro y volvía a chocarse con mis ojos, para agradecerme por recordarle aquellos detalles que había pasado por alto. De ese modo transcurrían las tardes con el señor Wraith.

II
Ese día las cosas se orquestaron de un modo curioso, como si los astros confabularan los destinos de ambos en latitudes limítrofes y adversas. El señor Wraith se había quitado su sombrero, lo llevaba bajo el brazo, su semblante me resultaba extraño, todo en su figura poseía un aire espectral, de ser otro, un perfecto desconocido. No estaba sentado como de costumbre si no de pie, sonriente, alimentando a las palomas con migajas que había hurtado y guardaba en el agujero del sombrero. Yo, por mi parte, no tenía deseos de jugar ninguna partida, me detuve un momento en el pabellón, porque me quedaba de paso y de este modo podría aprovechar para excusarme con el señor Wraith, porque ese día tendríamos que posponer la interminable partida, ya que mi madre había sufrido un accidente en las escaleras de la casa y se encontraba en un estado deplorable.
Al verme desde el umbral del jardín, hizo un gesto con su mano, llamándome a que le acompañara. Yo simplemente imité el saludo habitual. Me quité el sombrero e hice una reverencia sutil hacia el señor Wraith.
Cuando me hallaba a unos pocos pasos de él me preguntó, sin abandonar esa tierna sonrisa marcada de arrugas -¿Cómo sigue tu madre?- Aquella situación me dejó de una pieza. ¿Acaso ya lo sabía? ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo hasta aquí había llegado la noticia? Si únicamente lo sabíamos mi padre y yo. Al ver la estupefacción en mi rostro, se acercó otro poco, colocó su mano en mi hombro izquierdo y con un dejo de preocupación preguntó -¿Pasa algo malo muchacho? ¿Le pasa algo a tu madre?- Al escuchar la segunda pregunta, aliviado, suspiré levemente. No lo sabía, el señor Wraith no lo sabía. Aquello había sido una fortuita casualidad y nada más. Quería vanamente preguntar cómo andaban las cosas en casa, eso era todo. Pero cuando iba a responderle, el señor Wraith se me adelantó –No me vas a decir, muchacho, que hoy es el día, el día en que tu madre cayó por las escaleras- Al escucharle proferir esa sentencia, mi sangre se heló -¿Cómo sabe usted eso?- Me atreví a preguntarle –Porque eso le ocurrió hace mucho tiempo a mi madre.- mi cuerpo se estremeció, fui presa de un mareo que por poco me derrumba, logré mantenerme a flote gracias al firme bastón que llevaba colgado de mi brazo. –Vamos muchacho- Me dijo, dándome un golpe sutil en la espalda – Vamos a sentarnos, déjame que te explique todo, sé que ahora estás angustiado y todo esto parece absurdo- Yo le seguí dócilmente, como si él fuera mi lazarillo a través de un fantasmagórico reino donde sólo habitan las sombras. Me senté, taciturno, sin siquiera percatarme que me sentaba en el sitio que siempre ocupaba el señor Wraith para jugar una nueva partida.
-Sé que tienes muchas preguntas- Prorrumpió, una vez estuvimos sentados frente a frente ante el tablero de ajedrez. –En este momento tu cabeza se agita de una manera incontrolable, tratando de entender por qué, yo, un viejo desmemoriado, sabe lo que le ha ocurrido a tu madre, y cuál es el sentido de sus oscuras palabras. - Mientras hablaba yo asentía como siempre lo hacía, pero esta vez era presa de un terror y una incertidumbre jamás por mi sentidas. Cada una de sus frases se adelantaba a completar la sentencia de mis lucubraciones. Quise interrumpirle, pero me calló con un leve gesto –Déjame hablar muchacho, sé muy bien lo que me quieres decir, quieres inquirir quién soy, por qué sé estas cosas, pero eso lo responderás tú mismo cuando yo acabe de hablar. Por ahora atiende a lo que he de decirte. No puedo adelantarte muchos hechos venideros, sé que estás ávido por saber de mis labios premoniciones que se agitan hace mucho dentro de ti, pero aún no encuentras la palabra, la imagen correcta para materializarlas, lastimosamente, por más deseos que tenga de narrártelas no puedo, y no es que alguna ley sobrenatural del destino me lo impida, no, no es nada de eso muchacho, entiende, que si por mí fuera te diría todo sobre tu vida, para que no cometas los mismos errores que yo cometí, o para que simplemente estés preparado ante las inminentes tragedias y seas prudente con los triunfos que vendrán. Pero mi memoria, muchacho, es caprichosa, llena de abismos, de noches insondables, y necesita de tus visitas para florecer momentáneamente en el recuerdo. Por eso es que cuando llegas, estoy contemplando el vacío, a la espera de tu llegada, como un rumor en el oleaje cargado de luz para iluminar aquellos rincones olvidados y oscuros que parecían clausurados por completo para mí.- Una lágrima melancólica se deslizó por su rostro. Instintivamente acaricie mi mejilla, y efectivamente, también lloraba, pero no sabía muy bien por qué, pero el señor Wraith, lo sabía, y continuó –No te preocupes muchacho, llegará el día en que comprendas todo, ese instante en que yo seré quien venga a visitarte, o por lo menos creerás que soy yo quien te visita. Así que no te preocupes por nada, ni temas a mis palabras, porque tarde o temprano serán iguales a las tuyas. Y yo seré lo que hoy eres para mí… un eco de nuestro recuerdo…- Dicho esto, el señor Wraith se puso de pie, hizo su clásica reverencia, se colocó el sombrero y se apoyó fielmente a su bastón, caminó con una flemática cadencia, cruzó el cerezo que florecía y lentamente se fue desvaneciendo antes de llegar al muro del pabellón.
Desde ese instante sigo aquí sentado, usurpando el sitio del señor Wraith, aguardando su regreso, mientras mi mirada vaga en el vacío, deduciendo con el pasar de los días, que la existencia no es más que una concatenación de tragedias que sólo claudican con la muerte.



[1] Lionel Kieseritzky, (1806-1853) jugador de ajedrez del siglo XIX, famoso por una partida que perdió contra Adolf Anderssen, que fue tan brillante que se llamó "La Inmortal".
[2] Gustave Courbet, (1819-1877) Pintor francés, fundador y máximo representante del realismo.

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