“La agonía puede matar
o puede sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa…”
o puede sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa…”
Abraza la oscuridad, Bukowski
Antes de comenzar con pavadas morales sobre asuntos
que no me conciernen y que poco cautivan mi interés. Quisiera hacer primero una
humilde pregunta, que quizás podría desencadenar en una sarta de estratagemas
incontestables. ¿Tiene acaso la vida, algún valor?
Y frente a esta duda infinita, ante la cual me
siento impotente y desarmado; Estimo que no tardarían por aparecer, abanderados
e insignes humanistas, idiotas vinagrados por filosofías endebles, cobardes y
empolvadas, para intentar preservar con supercherías de la dialéctica obsoleta,
la permanencia de esta especie torpe, enferma, que se ha autoproclamado dueña
impura de este orbe.
Pero todas esas necedades argumentativas serán
fútiles, ardides emocionales viciados por el miedo –verborrea de sofista y
poetas-, pues, el hombre es causa caduca, un microbio ante la nada del
inconmensurable universo, una criatura oprobiosa ante su acomodado tiempo y
reflejo, mientras llora inconsolable, ante ese espejo abominable que es la
muerte. La panacea y cura de todo sufrimiento… Sufrimiento que se presume
interminable y que se intenta amortiguar, en todo aquello, que nos hace olvidar
que estamos vivos (en los vicios y placeres) -¡qué tiene pues, de maravilloso
la vida, si no la desgarramos con sevicia y franqueamos sus irrisorios y
dogmaticos confines!- Porque es
innegable que la muerte nos seduce, en ese misterio que nos excita, que nos
susurra a cada instante obscenidades alentadoras, y nos ayuda a soportar otro
día de fracasos, sobre este infierno miserable y que nos hace fabular con otra
vida, menos injusta y aburrida.. Pero siempre estaremos hambrientos, deseosos e
impacientes, hasta que no nos atranquemos el espíritu en el gran banquete de la
muerte...
Podría pues este humilde amanuense escribir una
interminable lista de razones insostenibles para argumentar todo aquello que
nos libera de la vida, aunque sea por un segundo. Pero como el buen Bartleby,
digo, ya cansado de este tedioso oficio: “Preferiría no hacerlo”. (Melville, 1853) para así, al fin poder acabar de una sentada,
y entregarme al olvido con aquella botella de whiskey que tengo calentándose a
mi lado.
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