…si llegáramos ahora a hojear aquellos libros de antaño, serían para
nosotros como los únicos almanaques que hubiéramos conservado de un tiempo
pasado, con la esperanza de ver reflejados en sus páginas lugares y estanques
que han dejado de existir hace tiempo. (Sobre la lectura, Marcel Proust)
No
hay libros morales ni inmorales. (Prefacio del Retrato de Dorian Gray, Oscar
Wilde)
No pretendo
pues, llegar a incomodarlos, con este tácito e inapropiado argumento. Sé de
antemano, que leer no le hace ni menos ni más inteligente al poseedor de tan escueto
y fluctuante atributo, pero si quizás un
poco menos borrego en el establo cultural.
Antes de
comenzar este ensayo, a modo de queja o de mofa sardónica, he de dejar muy en
claro, que no sólo se puede leer en los libros, sino también en el vasto horizonte,
en el azul cielo, en los ojos cansados de un anciano, en la efigie desnuda de
una mujer, en el reflejo de la luna en el agua, en... dejando esto en claro,
afirmo que mi escarnio va pues en contra del analfabetismo del alma y a la
enemiga del entendimiento y su búsqueda insondable y perenne.
De antemano
quiero dejar claro, desde mi cómoda posición, que quizás para sus ojos
implacables, podrá parecer que yo soy sólo un niño mimado por la vida (un
remedo maltrecho de Hans Castorp) que escribe este ludibrio maltrecho por
abismal aburrimiento. Este innegable hecho, me sitúa en un punto, en un blanco
fácil a sus posibles y afilada saetas. Pero aun así, por imperioso tedio de las
horas, sigo esta empresa inocua como un Tántalo obstinado, en esta empresa que
ya hasta en cierto punto se me está haciendo, floja y un tanto pueril…. Pero
debo continuar sí he de hacer valer mis silogismos inexactos, mi verborrea
fútil.
Así pues mi
primera flecha va dirigida, a aquellos que por diversas razones han tenido como
yo el privilegio (o infortunio) de aprender a leer, pero que ahora no lo hacen
porque su agitada vida no les permite un solo minuto de sano esparcimiento. Mi
afrenta va hacia aquellos que me ven con malos ojos, y me juzgan sin premisa o
cautelas, al no llevar la cruz de un trabajo insoportable, como el suyo, y
aseguran, que mi relación con la lectura, se debe al espacioso tiempo que le
rindo al venerable y santificado dios del ocio. Y dirán también, que la lectura
es ociosa, un acto baladí que se realiza en momentos de tranquilidad y sosiego.
Ese tiempo tan valioso que para ustedes queridos lectores, es tan escaso y
sagrado, que la mayoría de sus veces, preferirían dejarse llevar por el llamado
de los Oniros, que sacrificar su preciado sosiego a la holgada y somnolienta
lectura.
Y no tengo nada
que discutir al respecto, ante eso me siento desarmado y sin escudo. Son
ustedes los hacedores de su divinal tiempo libre y no soy quien para obligarles
a leer libro alguno. Mas es aquí, donde hago un alto, porque siento una pérfida
presencia en todo aquello, donde descansa su respuesta, en esa lectura ociosa,
y es allí donde mi diatriba se enardece como una furia ancestral, pero no es
realmente contra ustedes, navegantes de lo insólito, hacia quien mi cólera se
inclina, si no ante ese terrible y mezquino error, quizás producto de la
carencia de una mejor sintaxis, de una buena y ejercitada psiquis o un poco más
de enriquecimiento en el lenguaje, o la simple sequedad y poca importancia que
este tema les procura en sus febriles y laboriosas vidas y por ende recaen en
ese caprichoso y cómodo inferir, de atribuirle a la lectura el adjetivo de un
acto enteramente ocioso. Es ese pues el quid de mi enojo, y el comienzo fatal
de ese terrible capricho frívolo y oprobio en el cual sumen ustedes, a la lectura.
Considero en
primera instancia, que no se ha de iniciar una lectura, en busca de ocio, para
eso aconsejaría más apropiado, las artes masturbatorias, son mucho más
efectivas y placenteras, liberan al cuerpo de las tensiones que produce un
fatigoso día de trabajo o estudio. Tampoco estoy diciendo que la lectura ha de
ser una imperiosa carga y un tormento. Lo que quiero dejar en claro es que la
lectura, no ha de ser la primera opción para llenar el aburrimiento.
Humildemente opino que un libro no ha de ser leído, por tal motivo, ni para tan
triste fin. Considero que se ha de leer con motivos y fines completamente
opuestos. Para adiestrar la actividad cerebral, para activar las emociones y la
fantasía, para fortalecer la memoria y desarrollar e ideas propias que
contribuyan al mejoramiento del existir de cada individuo lector… pido
disculpas por mi lenguaje enardecido y un tanto inapropiado, pero es que algunas
veces me siento poseído pon un influjo narrativo, me siento omnipotente, un
hacedor de símbolos mágicos, un genio que nadie escucha y por eso le grita a su
sombra.
Continuando con
este discurso, que ahora vislumbro resquebrajo y sin propósito, resuelvo
conveniente, que hagan cuanto quieran con los libros, que opinen, que injurien,
que se conmuevan, que no se inmuten, porque al fin y al cabo la palabra escrita
no es más que un sofismo y la mente humana un pozo insondable pero
sorprendentemente estrecho y limitado.
Luego de escribir esto, el Señor Alzacia, fastidiado y enojado, escupió
sobre el papel que tenía en frente, tomo su abrigo y salió la calle murmurando:
¿quién quiere leer un viernes en la noche,
un texto como este, cuando allá afuera, le espera el misterio, las putas y la
embriaguez? Los libros son para los maricas reprimidos, para los ociosos, que
no tienen los cojones para palmársela o diñarla de una buena vez… sin embargo,
esa pavada demagógica, ego-totalitarista, me ha de servir para mantener
ocupados, a esos capullos de clase, para que me dejen paz y no perturben mi
resaca. Cerró la puerta, dejando tras de sí, todo ese mundo majareta de los que
trabajan, así sea en el ocioso oficio de las letras, para poder salir de juerga
un viernes por la noche.
Comentarios
Publicar un comentario