
Dejar de mirar la bestia antropoide como un ser bendecido por la divinidad, entre el fango y la perversidad del orbe trasluce la más terrible de sus mascaras, el hombre no es más que un monstruo maquillado con la razón, vestido con la piel de una moral paradójica que invita y prohíbe el pecado, (la fabula de los limites irrisorios) esa lucha infructífera por alcanzar la inmortalidad de una estirpe horrenda, nacida del terror y la atrocidad. Abrazar con regocijo la maldad que anida en nuestro corazón, no hay nada de maldito en este hecho, vivimos gracias al horror y la barbarie; el asesinato y la locura está inscrita en nuestra sangre, pero es la lucha la que nos mantiene en pie durante siglos, ese tira y afloja contra una verdad que es tan evidente como vil, no somos ángeles, ni creaciones magnificas, somos abominaciones, esperpentos siniestros. Lo más cercano a la bondad en la acción lo poseen los suicidas.Tiene más de bello el gusano carroñero que nuestra más bien intencionada empresa, porque todo lo noble en nosotros no es más que artificio, ficción para intentar escapar de nuestro sino. Dejar de sufrir por los reproches, nuestro puño está manchado de la sangre de nuestro hermano, al asesinarlo le hemos liberado de su condena. Hijo del miedo, el hombre soñó ser el dueño del mundo e invento la palabra, así creyó que todas las cosas le pertenecían, pero al contrario de esta tonta lucubración el único objetivo alcanzado fue la soledad, el destierro del mundo místico, se apartó de lo espiritualmente tangible, y se aferro a iconos innobles, carentes de fundamento, pensó que mas allá del azul del cielo la eternidad le aguardaba y que bajo la tumba llena de gusanos una ardiente hoguera le cobraría toda sus inmundas fechorías. Ahora se encuentra más desolado que al principio de su carrera insulsa, a perdido sus tótems sagrados, ahora solo llora frente a un cubo mágico que libera su estulticia soberana, porque es bien sabido que la raza humana atesora mas fracasos que triunfos en las arcas de la historia. Vergüenza de mirarnos como el Narciso en el agua, vergüenza de nuestra desnudez frente a la naturaleza que siempre esta desnuda ante el ojo salvaje, vergüenza de nuestra perseverancia anodina, vergüenza y horror de escuchar una vez más el latido en nuestro pecho.
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