
Los estadounidenses tienen a Hemingway, nosotros a García Márquez, literatura de albañil, sencilla y pueril, literatura para la simplicidad del mundo de hoy, sin palabras complejas, sin diálogos extensos y enmarañados, historias simples, narraciones sencillas, finales simples. Ambos premio nobel, ambos periodistas, ambos problemáticos, ambos emblemáticos para el continente, ambos con sus némesis, Faulkner para uno Vargas llosa para el otro, con la diferencia de que uno se fue de K.O. por los puños y el otro por las letras. Es curiosa la amalgama de escritores de este lado del mundo y quiénes son los más laureados, quienes omitidos. Existen gustos para todos. Desde intelectos nimios hasta lumbreras extraordinarias. Libros que pueden ser leídos mientras te comes una hamburguesa en una parada de camiones, libros que puedes leer en la playa con el océano al frente, libros para ser leídos con cautela en claustros exclusivos para la sabiduría, libros que toman un par de horas, libros que toman más tiempo. Complejidad versus simpleza, velocidad versus conocimiento. Al fin y al cabo cada quien tiene lo que se merece mientras unos leen con avidez libros de Dan Brown o las nuevas leyes para la felicidad de algún guía espiritual, otros, releen los cuentecillos de las ficciones de Borges, la Rayuela de Cortázar, la vitalidad de los Beats, el influjo de Miller, las narraciones extraordinarias. El mundo literario aun gira, y todos pueden sumergirse a su deleite, es un universo sin complicaciones, allá tu las consecuencias venideras.
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