La incertidumbre es un mal hábito. La calma trae hastío. El equilibrio da comienzos de desvarío. La satisfacción es como la vida, pasajera llena de ocasos. La plenitud es un letargo utópico digno de la erudición de un loco. No es mejor pájaro en mano que cien volando, es mejor cien pájaros que solo uno, queremos todo en un instante para aburrirnos toda la eternidad. Valoramos lo que tenemos porque sabemos conscientemente que nada es perpetuo. Vivimos en la ambivalencia, queremos la paz mundial para vivir una guerra interna. Estamos siempre en conflicto, somos orden que ansia el caos (o su inversa) nos hemos acostumbrado a ser plenamente insatisfechos, siempre anhelamos algo distinto, rogamos por la novedad, romper la rutina a pesar que siempre añoramos volver al pasado donde todo era perfecto. Queremos ser eternos cuando pensamos en el suicidio.

Residimos en la melancolía porque es trasciende más que la tristeza o la alegría. Amamos la pasión, pero cambiamos tontamente la pasión por una alegoria que llaman amor. La constancia y la rutina es una disciplina, por eso a los actos repetidos en la mayoría de los casos se hacen trabajo o simplemente manía. Nos apegamos a las pérdidas o a lo que nunca ha sido nuestro porque nos resulta fatal lidiar con lo que nos pertenece o pretendemos ser dueños. El deseo nos da vida, por eso quizás dicen que el que renuncia a sus sueños perece en el vacio de la tortuosa realidad.

Residimos en la melancolía porque es trasciende más que la tristeza o la alegría. Amamos la pasión, pero cambiamos tontamente la pasión por una alegoria que llaman amor. La constancia y la rutina es una disciplina, por eso a los actos repetidos en la mayoría de los casos se hacen trabajo o simplemente manía. Nos apegamos a las pérdidas o a lo que nunca ha sido nuestro porque nos resulta fatal lidiar con lo que nos pertenece o pretendemos ser dueños. El deseo nos da vida, por eso quizás dicen que el que renuncia a sus sueños perece en el vacio de la tortuosa realidad.
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