Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo." Alvaro de Campos
“No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy.”(Henry Miller – Trópico de Cáncer)
Misántropo, engañoso, frívolo, baladí, oblicuo, un tanto circunspecto, contradictorio, fútil, trampero de la psique, funambulista de las artes, actor fracasado de esta comedia humana, escritor diletante…
¡CORTE! Cae el telón, el director está harto de llevar a cabo esta biografía que no tiene ningún sentido, ¿Quién carajos escribió el guion? ¿Dónde están las líneas guías? ¿Acaso bajo esa máscara ridícula de artista se esconde la naturaleza de algo que merece ser narrado? ¡Qué pretencioso hablar de mí!
Parlotear de un ajeno, una hurraca que repite disparates e improperios, la obra no soy yo, ni ella es mía, no me pertenece, la hurte por codicioso, por afán de un sequito de almas muertas, por un… me piden letras con el amparo de Cronos para que argumente una ficción a media marcha ¡oh flujo inenarrable! ¡Oh grandiosa Musa! ¿Quién puede socorrerme en este capricho de un tercero? Podría mentir para que me dejaran tranquilo, podría hablar de cosas que no conozco, con la propiedad facinerosa del artista que no soy y que no sueño ser. ¡COHERENCIA! Grita el excéntrico director -¡que se vaya la mierda!- le digo a un fulano frente al espejo… no hay suficiente presupuesto para esta narración.
Ante un jurado invisible e implacable me confieso infractor, canalla, miserable e inhumano, sin argumentos para justificar mi falta, tengo las manos sucias (de pintura tal vez) y mis brazos denotan fatigan, mis ojos han perdido el brillo juvenil y soñador, ahora solo cultivo un sueño perenne y circular de confabularme con la nada. Mi anhelo inmortal ya no aspira a las miradas implacables, recelosas y soberbias de un ciclope, solo quiere mimetizarse en el olvido, hacerse una entelequia nimia que gravite por el mar de las horas que restan. No quiero hacerme indispensable para nadie, no quiero producir una obra lumbrera para una sociedad clandestina de autómatas kamikazes, no tengo el espíritu aventurero de un marino para llevar los ojos de un náufrago intelectual a lugares que sobrepasen su propia imaginación, aunque entre alucinaciones suicidas juego a las cartas con Caronte… discúlpeme señor director, si me pierdo, la verdad la paga es mala y soy bastante necio, un tanto idiota, un Subnormal con aspiraciones anarquistas o individualista que pretende hacer las cosas como le viene en gana. Digamos como argumento pueril que tal vez por ese carácter intransigente y troglodita, en un entonces asumí el seudónimo de Erebo (prestar atención a las ínfulas de grandeza), porque me sentí hijo del caos (ahora que lo pienso de manera secular, todo proviene, fluye y culmina de él y en él. De ese caos indómito más que bíblico).
Me es enteramente intrincado seguir el hilo cronológico de algo que es una maraña que ni la cuidadosa Arakne o la hermosa Ariadna podrían deshilar, por mi parte jamás he tejido unos guantes de lana o un atrapasueños, no tengo finas manos de hilandera o artesano… -¡VUELVE A CUENTO!- grita furioso el señor director a través de su reflejo… le repito que es inútil lo que me pide, la empresa de narrar los días es labor absurda que solo un Funes podría llevar a cabo por el resto de una eternidad. El comienzo es algo desconocido y el fin lo entreveo como algo inalcanzable -déjeme en paz, yo solo soy un actor de segunda y mal pago- le digo eso porque comienzo a ofuscarme, me estoy sintiendo demasiado incomodo con esto, no tengo el temple de los héroes griegos para arremeter con fiereza ante esta situación de biógrafo, lo meramente heroico en mis proezas son mis reiteradas huidas y las ligerezas de espíritu (sufro de un carácter mudable, frágil, discordante, promulgo una concentración dispersa, me aburro con facilidad , escucho a Miles Davis para leer algo de Whitman y la segunda sinfonía de Mahler para figurarme que estoy a punto de llevar a cabo una novela experimental escrita en cinco actos).
Soy un gran escapista, con esporádica maestría he evado las responsabilidades hasta el límite que me fue posible, no me gusta dar la cara ante nadie (he pagado demasiado por esta pipa y con los años he comenzado a sentir un enfermizo afecto por ella, aunque yo no fume). -¿DE QUE PIPA ESTAS HABLANDO?- pregunta el testarudo del director -De la que hurte hace tiempo y con la que transito desapercibido en el mundo del arte, recorriendo galerías obsoletas, exhibiciones mudas, santuarios de vacuidad… me la pongo en el pico con el refinamiento de un dandi, sonrío, hago muecas, opino, pero nunca le hecho una bocanada a su contenido(todo es teatralidad)- Camino con ella, tranquilo, sin brújula y sin mirar las estrellas, porque me siento avergonzado, por ser tan inconsecuente, tan…
He seguido varios ponientes, casi todos por azar con mi pipa robada en la boca y me dejo llevar con ese andar poco altanero y desamparado. En uno de estos paseos “Alucinantes” perdí mi tripulación y los remos de mi bajel, ninguna diosa me ha protegido nunca en este océano de extravagancias, pero rezo a todas horas para que las sirenas me lleven al abismo de la lucidez o al asfódelos -¡trágame Escila!- …y no me mire así señor director, no soy un fatalista convexo como usted comienza a figurarse, aún tengo esperanzas, me gusta dormir hasta tarde para no ver el sol, y cada vez que puedo le rindo culto onanista al pensamiento Duchampiano que plantea al erotismo y el humor como salvación del arte moribundo, encuentro la maravilla orgiástica así sea viendo las noticias más infames.
Por eso trato de reírme de la tragedia, de tomar la vida como un chiste, trato de hacer de la manifestación artística un gran ridículo (cosa que no escatimo imperiosa sino circunstancial); mis aspiraciones son someras, chascarrillos del momento, influencia y afluencia del instante vivido, pasado y augurio del próximo. Me dejo embelesar por los pasajes oníricos, sórdidos, libidinosos e inadmisibles. Me divierten las utopías que el hombre fábrica para complicarse la existencia, su afán del progreso, su fe ciega por la tecnología de vanguardia, sus ávidos anhelos terrenales y previsiblemente sublimes, el error en candilejas… por esta razón, señor director le pido encarecidamente que permita que me quede tras bambalina con este ímpetu voyerista, mientras me pregunto entre las sombras este verso de Sabines:
Con esta pipa ajena en mis labios se dibuja una sonrisa, me siento placido, inactivo, violeta, meloso, grávido, holgazán, morboso, iconoclasta vegetativo y pretencioso. “La renuncia ante la acción como premisa”. Quiero batallar en el frente como lo hacen los muertos, sonrientes, con la boca llena de moscas y de miasmas. Desde acá puedo verlo todo…
Allá esta Banksy en un muro de la estancia haciendo el grafiti de un macaco que amenaza con dominar el mundo, al otro costado, Samo está intentando pintar su redención emulando a Caravaggio, de fondo viajan por todo el espacio las cacofónicas melodías de John Cage, en el centro del escenario esta Baargeld, iracundo, vestido de Pierrot, purificando sus monstruosidades a hachazos y tatareando una melodía de Russolo… Allá en añicos resurge la “Gran obra”. En algún lugar, entre del público está sentado el solitario de Hopper, esperando conocer a Kerouac mientras el café se enfría en sus manos, son las tres de la madrugada en mi reloj de arena, Tristan Tzara está de acomodador y recibe las entradas, no dejó entrar a Dalí porque se cagó en los surrealistas, pobre Max Ernst, pobre Chirico, trágico Magritte. Aparece Artaud como anfitrión de esta charada, vestido de delfín, se acerca al micrófono y dice: “Todo el arte es obsoleto, una nimiedad con ínfulas de inmortalidad. Una ociosidad sin pedestal, una salida rápida para el convencionalismo, aunque poco segura. Reír sin optimismo, reír por reír, reír porque así se acentúa más el desarraigo y la impotencia, reír por que el arte se halla escondido en la risa y en el pecado de los tontos, reír así sea con la risa hipócrita de Garrik.” Luego se da un tiro de tedio. Rothko usa la sangre para pintar un cuadro. -¿Qué demonios pretende usted con todo esto?- me pregunta el señor director y yo solo puedo agregar que humildemente no pretendo nada, simplemente me aburro, eso es todo, usted sabrá entender, porque esta pipa que traigo en el pico es más suya que mía, yo solo la tome prestada por un rato, termine usted esta comedia irrisoria como le plazca, creo que usted sabe mentir mejor que yo sobre mi vida, además yo prefiero dejar las cosas inacabadas para darles un carácter anacrónico, libre, para sentirme como un verdadero creador de utopías, como un Krutikov que vive en las nubes, como un Sant’Elia adormilado, como un obrero que prefiere no zanjar la edificación faltante en un muro de este recinto y decide entregarse a la bebida sin importarle la agonía de una familia expectante y hambrienta. A usted señor director le dejo la parte ornamental, eso que respecta al orden de las cosas, a mi déjeme seguir mirando en paz.
Parlotear de un ajeno, una hurraca que repite disparates e improperios, la obra no soy yo, ni ella es mía, no me pertenece, la hurte por codicioso, por afán de un sequito de almas muertas, por un… me piden letras con el amparo de Cronos para que argumente una ficción a media marcha ¡oh flujo inenarrable! ¡Oh grandiosa Musa! ¿Quién puede socorrerme en este capricho de un tercero? Podría mentir para que me dejaran tranquilo, podría hablar de cosas que no conozco, con la propiedad facinerosa del artista que no soy y que no sueño ser. ¡COHERENCIA! Grita el excéntrico director -¡que se vaya la mierda!- le digo a un fulano frente al espejo… no hay suficiente presupuesto para esta narración.
Ante un jurado invisible e implacable me confieso infractor, canalla, miserable e inhumano, sin argumentos para justificar mi falta, tengo las manos sucias (de pintura tal vez) y mis brazos denotan fatigan, mis ojos han perdido el brillo juvenil y soñador, ahora solo cultivo un sueño perenne y circular de confabularme con la nada. Mi anhelo inmortal ya no aspira a las miradas implacables, recelosas y soberbias de un ciclope, solo quiere mimetizarse en el olvido, hacerse una entelequia nimia que gravite por el mar de las horas que restan. No quiero hacerme indispensable para nadie, no quiero producir una obra lumbrera para una sociedad clandestina de autómatas kamikazes, no tengo el espíritu aventurero de un marino para llevar los ojos de un náufrago intelectual a lugares que sobrepasen su propia imaginación, aunque entre alucinaciones suicidas juego a las cartas con Caronte… discúlpeme señor director, si me pierdo, la verdad la paga es mala y soy bastante necio, un tanto idiota, un Subnormal con aspiraciones anarquistas o individualista que pretende hacer las cosas como le viene en gana. Digamos como argumento pueril que tal vez por ese carácter intransigente y troglodita, en un entonces asumí el seudónimo de Erebo (prestar atención a las ínfulas de grandeza), porque me sentí hijo del caos (ahora que lo pienso de manera secular, todo proviene, fluye y culmina de él y en él. De ese caos indómito más que bíblico).
Me es enteramente intrincado seguir el hilo cronológico de algo que es una maraña que ni la cuidadosa Arakne o la hermosa Ariadna podrían deshilar, por mi parte jamás he tejido unos guantes de lana o un atrapasueños, no tengo finas manos de hilandera o artesano… -¡VUELVE A CUENTO!- grita furioso el señor director a través de su reflejo… le repito que es inútil lo que me pide, la empresa de narrar los días es labor absurda que solo un Funes podría llevar a cabo por el resto de una eternidad. El comienzo es algo desconocido y el fin lo entreveo como algo inalcanzable -déjeme en paz, yo solo soy un actor de segunda y mal pago- le digo eso porque comienzo a ofuscarme, me estoy sintiendo demasiado incomodo con esto, no tengo el temple de los héroes griegos para arremeter con fiereza ante esta situación de biógrafo, lo meramente heroico en mis proezas son mis reiteradas huidas y las ligerezas de espíritu (sufro de un carácter mudable, frágil, discordante, promulgo una concentración dispersa, me aburro con facilidad , escucho a Miles Davis para leer algo de Whitman y la segunda sinfonía de Mahler para figurarme que estoy a punto de llevar a cabo una novela experimental escrita en cinco actos).
Soy un gran escapista, con esporádica maestría he evado las responsabilidades hasta el límite que me fue posible, no me gusta dar la cara ante nadie (he pagado demasiado por esta pipa y con los años he comenzado a sentir un enfermizo afecto por ella, aunque yo no fume). -¿DE QUE PIPA ESTAS HABLANDO?- pregunta el testarudo del director -De la que hurte hace tiempo y con la que transito desapercibido en el mundo del arte, recorriendo galerías obsoletas, exhibiciones mudas, santuarios de vacuidad… me la pongo en el pico con el refinamiento de un dandi, sonrío, hago muecas, opino, pero nunca le hecho una bocanada a su contenido(todo es teatralidad)- Camino con ella, tranquilo, sin brújula y sin mirar las estrellas, porque me siento avergonzado, por ser tan inconsecuente, tan…
He seguido varios ponientes, casi todos por azar con mi pipa robada en la boca y me dejo llevar con ese andar poco altanero y desamparado. En uno de estos paseos “Alucinantes” perdí mi tripulación y los remos de mi bajel, ninguna diosa me ha protegido nunca en este océano de extravagancias, pero rezo a todas horas para que las sirenas me lleven al abismo de la lucidez o al asfódelos -¡trágame Escila!- …y no me mire así señor director, no soy un fatalista convexo como usted comienza a figurarse, aún tengo esperanzas, me gusta dormir hasta tarde para no ver el sol, y cada vez que puedo le rindo culto onanista al pensamiento Duchampiano que plantea al erotismo y el humor como salvación del arte moribundo, encuentro la maravilla orgiástica así sea viendo las noticias más infames.
Por eso trato de reírme de la tragedia, de tomar la vida como un chiste, trato de hacer de la manifestación artística un gran ridículo (cosa que no escatimo imperiosa sino circunstancial); mis aspiraciones son someras, chascarrillos del momento, influencia y afluencia del instante vivido, pasado y augurio del próximo. Me dejo embelesar por los pasajes oníricos, sórdidos, libidinosos e inadmisibles. Me divierten las utopías que el hombre fábrica para complicarse la existencia, su afán del progreso, su fe ciega por la tecnología de vanguardia, sus ávidos anhelos terrenales y previsiblemente sublimes, el error en candilejas… por esta razón, señor director le pido encarecidamente que permita que me quede tras bambalina con este ímpetu voyerista, mientras me pregunto entre las sombras este verso de Sabines:
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
y no tengo ganas sino de mirar y mirar?
Con esta pipa ajena en mis labios se dibuja una sonrisa, me siento placido, inactivo, violeta, meloso, grávido, holgazán, morboso, iconoclasta vegetativo y pretencioso. “La renuncia ante la acción como premisa”. Quiero batallar en el frente como lo hacen los muertos, sonrientes, con la boca llena de moscas y de miasmas. Desde acá puedo verlo todo…
Allá esta Banksy en un muro de la estancia haciendo el grafiti de un macaco que amenaza con dominar el mundo, al otro costado, Samo está intentando pintar su redención emulando a Caravaggio, de fondo viajan por todo el espacio las cacofónicas melodías de John Cage, en el centro del escenario esta Baargeld, iracundo, vestido de Pierrot, purificando sus monstruosidades a hachazos y tatareando una melodía de Russolo… Allá en añicos resurge la “Gran obra”. En algún lugar, entre del público está sentado el solitario de Hopper, esperando conocer a Kerouac mientras el café se enfría en sus manos, son las tres de la madrugada en mi reloj de arena, Tristan Tzara está de acomodador y recibe las entradas, no dejó entrar a Dalí porque se cagó en los surrealistas, pobre Max Ernst, pobre Chirico, trágico Magritte. Aparece Artaud como anfitrión de esta charada, vestido de delfín, se acerca al micrófono y dice: “Todo el arte es obsoleto, una nimiedad con ínfulas de inmortalidad. Una ociosidad sin pedestal, una salida rápida para el convencionalismo, aunque poco segura. Reír sin optimismo, reír por reír, reír porque así se acentúa más el desarraigo y la impotencia, reír por que el arte se halla escondido en la risa y en el pecado de los tontos, reír así sea con la risa hipócrita de Garrik.” Luego se da un tiro de tedio. Rothko usa la sangre para pintar un cuadro. -¿Qué demonios pretende usted con todo esto?- me pregunta el señor director y yo solo puedo agregar que humildemente no pretendo nada, simplemente me aburro, eso es todo, usted sabrá entender, porque esta pipa que traigo en el pico es más suya que mía, yo solo la tome prestada por un rato, termine usted esta comedia irrisoria como le plazca, creo que usted sabe mentir mejor que yo sobre mi vida, además yo prefiero dejar las cosas inacabadas para darles un carácter anacrónico, libre, para sentirme como un verdadero creador de utopías, como un Krutikov que vive en las nubes, como un Sant’Elia adormilado, como un obrero que prefiere no zanjar la edificación faltante en un muro de este recinto y decide entregarse a la bebida sin importarle la agonía de una familia expectante y hambrienta. A usted señor director le dejo la parte ornamental, eso que respecta al orden de las cosas, a mi déjeme seguir mirando en paz.
Comentarios
Publicar un comentario