
Pregunta el sobrino de seis años a su tío el pintor mientras este ojea un libro impreso donde se resalta una vieja obra de arte -¿esa pintura la hizo Da Vinci?...eh, que curioso, como tu nombre, DAVINCHI… ¿Eres tu Da Vinci?-
-¡Ojala lo fuera!- responde el Artista con un fingido suspiro
-Si de verdad fueras Da Vinci, ¿que caso tendría? ya estarías muerto…- concluye el pequeño de seis años con un rostro serio y descomplicado, y prosigue a culminar la plana de circulos continuos…
¿Por que la eterna queja? ¿Que es aquello tan sublime y sufriente que nos atraganta la vida? Esa incertidumbre, ese desasosiego ¿Qué es eso que nos corta las alas, que nos redime al suelo? ¿Es el mundo acaso la pesadilla de algún hombre? ¿Es un sueño propio, ominoso y frustrado? ¿Que se puede nombrar grato acaso en estos? ¿La sal y el zumo de limón? ¿La caricia etérea de una hembra en flor, que golpea en el glande enrojecido por el “enviciado” instinto animal? ¿Gozoso es quizá contemplar la muerte del enemigo a manos de un tercero o especularlo con la mano nuestra? ¿O es tan solo placido figurarlo todo de manera inorgánica, quimérica, para luego, postrarse en un cómodo sillón y no hacer nada, pusilánime y sumiso? Gracioso espectador de un circo de mártires, las respuestas en mano, la sonrisa en la boca, el aire corto y lento, el palpitar acelerado. La postura del observador, del vecino es la más reconfortante. ¿Y que, si todo nos fuera ajenos? La muerte de la amada, el llanto de los niños que mueren de hambre, las explosiones y los extremistas, que si todo aquello que consideramos tan sacro y digno de respeto no fuera mas que una simple atracción de feria ante nuestro ojo? ¿No seria acaso la vida mas bella? ¿Reiríamos igual al escuchar el trinar de los disparos al alborear la madrugada mientras los pájaros se baten a muerte desde sus nidos-trincheras, con su estruendoso canto?
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