Solo ruido en esta miserable cabina de combustión, jingle bells, jingle
bells y yo acá rascándome la tripa, escuchando como en la calle los subnormales
estallan su dinero y se vuelan los miembros en pos de la belleza pirotécnica y
el absurdo de sus vidas patéticas. Enciendo mi pipa de achís esperando ver los
duendes navideños de la desesperación en esta sofocante cabina donde ya ni
siquiera puedo verme las manos a dos dedos de distancia. Beckett dice que
Malone ha muerto. Quien ha muerto es él y yo voy camino a seguirle. Soy el
investigador de sus huellas perdidas en las arenas de Dublín o en el desagüe de
Paris o en las piernas de... A Tientas abro la ventanita de ocho centímetros de
diámetro que está al lado izquierdo de la cabina, el humo violáceo escapa de mi
caja de pandora. ¡Ve a repartir tus miserias! ¡Ve y envenénales el pavo que han
rellenado con sus vergüenzas! Allá están los bastardos, mi ojo de buitre los
alcanza a distinguir guiado por el pestilente olor a vida que emana de sus
cuerpos ebrios y alegres, quiero salir por la ventana como un paternal
sociópata y repartirles una calurosa descarga de plomo decembrino, pero estoy
sentado nuevamente en el retrete de esta cabina del diablo, enajenado, ansioso,
con el lóbulo frontal amputado… frente a mí, una pantalla electrizante que
drena mis postrimeras neuronas, mientras divago viendo pornografía y hablando
gilipolleces con amigos virtuales, esperando que me asalte la genialidad para
escribir cualquier cosa y sacarme unos pesos para ligarme unas botellitas de Crapbugger
o si acaso una mugrienta garrafa de aguardiente de esa que beben a cien manos los primates que
aúllan allá afuera por las ráfagas de fuego… La sobriedad es la némesis de un
escritor, no puedo imaginar a Faulkner, a Fitzgerald, a Lowry, a Hemingway o
cualquier otro taimado que escogiera este oficio, escribiendo en la más
paupérrima sobriedad de sus neuronas. La serotonina debe activarse con alcohol,
o de lo contrario nuestra percepción se vuelve más suicida que la de los
vendedores de seguros o los trapecistas de un circo viejo.
Las ideas naufragan en un mar de aburrimiento, la musa no viene a socorrer
idiotas esperanzados como yo en esta forzosa sobriedad. Necesito un trago de lo
que sea, algo que espabile mis nervios, que sacuda mi cabeza… no fluye nada, no,
absolutamente nada, estoy jodido... las ultimas reminiscencias de achís se han
esfumado por la ventana… Aceptemos un hecho irreductible… el mundo se compone
de hechos dijo Wittgenstein, pero yo no soy una cosa, yo no estoy compuesto de hechos,
o por lo menos no considero mi fracasos como hechos si no como desechos… el
cuento es que debemos aceptar un solo hecho, un simple y llano hecho, que no
soy ningún maestro narrativo y que sin esas ayuditas alcohólicas no puedo acaso
empezar una oración coherente para lectores dominicales. A decir verdad, no
recuerdo en este momento estimar, a ningún escritor que no sea un buen
calamocano… Esos borrachos celebres han sido siempre mis héroes y la razón por
la que pretendo hacerme escritor… la perfecta excusa para entregarme a la
bebida y no me jodan la…
Dipsomaníaco que se respete es como el mago… siempre guarda un vino bajo la
manga. Pero, al parecer, no soy buen mago o soy un mal borracho. Soy de esos
farsantes que se filtran en todos los mítines, todas las reuniones de intelectuales
de tercer orden. Soy de esos desgraciados que no tiene más opción que hablar y
opinar insensateces para entretener a los anfitriones para que mantengan mi
copa llena. Soy una puta copera, de las más grotescas, de mi boca sale tanto
veneno hipócrita, que, hasta algunas veces, me han sacado de hombros como el
gran triunfador de la próxima y fabulosa revolución artística... Hasta Tzara
tendría una envidia demoniaca de mis vomitivos poéticos en esas ocasiones… Muchos de esos pobres nabos que llenan mi
gaznate esperan ansiosos como niños en noche buena ese trascendental manifiesto
que despedazará a los críticos y todas las estructuras estatuarias y obsoletas
del poder artístico… quizás sus ilusiones no son infundadas de la nada, es mi
deseo infame por seguir bebiendo lo que me ha hecho jurar mil veces en nombre
de Dionicio, que estoy a punto de sacar a la luz mi gran manifiesto… Un
manifiesto de alcohol y bilis.
No tengo a quien llamar, ni siquiera a esa puta de Lavia porque ahora está
jodiéndose a un doctor para que le opere sus enormes tetas.
Busco en las botellas vacías algún rastro de alcohol, la desesperación me
invade. Hago llamadas a todos los conocidos que tengo en esta pocilga de
ciudad, nadie responde, el podrido fatum
está en mi contra, hoy los dioses no me sonríen, (no suelen hacerlo con
frecuencia. Aún no he escrito el libro de auto-superación que cambie mi
estrella). La noche es un asco, ha comenzado a llover, pero el calor en esta
cabina se ha hecho más insoportable y no tengo ni un centavo para tomar el
autobús para ir al centro a buscar al cabrón de Max Delano para que me invite a
unos buenos Roxanne…
El tiempo transcurre tan lento cuando estás sobrio Llevo sentado una
eternidad y solo han transcurrido unos minutos. Escucho música clásica para
sentirme culto, pero de la cultura no puedo esperar nada, la cultura no escribe
libros, ni siquiera una mórbida crónica como la que debo escribir para esa
maldita revista pornográfica. Apago el radio de una patada, los violines de
Vivaldi producen el mismo efecto atronador que ese extraño numero cabalístico
en ese matemático taimado que se perfora el cráneo para extraer el verdadero
nombre de dios o no sé qué demonios.
No soporto más, me tiro en la cama y cierro los ojos intentando atrapar un
sueño, un sueño obsceno, pero todo es fútil, la imaginación esta estéril como
mis bolsillos. Intento meditar, pero recuerdo que jamás aprendí como hacerlo...
sólo he logrado alcanzar el nirvana bajo el gigantesco culo de la diosa Delinah…
El tedio me está llevando a la locura. La habitación parece más angosta que
siempre, más oscura, más inmunda. ¡Qué grato seria tener en este momento el
calor de una hembra que me chupe los huevos con mentol, que me haga ver las
estrellas en el techo de esta cabina… ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! Quiero
embriagarme, quiero morir bajo las flatulencias mortecinas del ojete lacrimoso
de… Suena el teléfono, salto como un león sobre su presa. Es una voz femenina,
una voz que no recuerdo, se hace llamar “Marina”, pienso en Turner y sus
pinturas, y no logro ubicar un rostro femenino en ninguna de aquellas
tormentosas pinturas. Me habla de modo autoritario. El tipo de chica que hace
que se me empine esta miseria pélvica Me dice en tono grosero e imperativo que
levante mi perezoso trasero de la cama, que me dé una ducha y llegue al bar a
las 9:30. Le digo que no tengo un pavo en el bolsillo, que no tengo con que
aceptar la invitación, la voz terriblemente cruel me dice con desgano: Y quien
le ha dicho acaso que tiene que llevar dinero, simplemente sea puntual y lávese
bien el culo, la pija y las pelotas… y llegue aquí puntual, pedazo de…
Curiosamente contrario a sentir enfado, mi picha está más dura que la terquedad
de una mujer en sus días, esa voz enajenada despertó una siniestra curiosidad y
se ha apoderado de mi la fantasía. Comienzo a soñar con ríos de absenta, que
descienden de enormes caderas femeninas…. Quiero que siga insultándome,
tratándome como el infame gusano que soy, pero Marina me dice su última palabra
y cuelga: “Puntual, so hijo de puta o te rompo los huevos”. Tengo el hasta de
mi falo a punto de romperme el pantalón, una erección que solo se logro bajar
con el agua helada de la ducha. Me visto con lo primero que encuentro y me
lanzo a las calles a buscar a Marina, la redentora de este Eneas.
¿Quién será esa misteriosa mujer? ¿Por qué no la recuerdo? Me pregunto todo
el camino. Llego al bar y me siento en la barra, el cantinero se me acerca, le
digo que aún no quiero nada que estoy esperando a alguien. Miro alrededor, y
las mismas caras de siempre, los mismos pelmas fracasados como yo, solo que con
un poco más de suerte quizás, porque traen algunos pesos en el bolsillo… ahora
que lo pienso, hay algo que me inquieta ¿Cómo diablos sé cuál es el bar de
encuentro con Marina? ¡Mierda! No le pregunte en cual bar exactamente nos
quedamos de encontrar… todas mis esperanzas caen al suelo, estoy a punto de
levantarme del asiento cuando intempestivamente veo una figura asomar en el
portón, deposito mis últimas esperanzas en aquella imagen y grito: MARINA, a lo
que la figura en sombras responde: cállate pedazo de excremento. La figura
avanza lentamente, sus tacones resuenan en todo el recinto, parece una de esas escenas
cursis del cine, donde supongo que los demás están inmersos en mi fantasía y
todo transcurre en cámara lenta. La bruma en su rostro la desampara a último momento,
hasta que toma asiento al lado derecho mío. -Deme un Martini seco y un aguardiente
para este imbécil- La tipa no está del todo mal, un poco subidita de peso, unos
cien kilitos nada más, igual no soy exigente, podría hacer una buena fiesta en esas
enormes ubres y asfixiarme con esas nalgas que parecen dos bultos agujerados de
arroz. El rostro es un poco brusco, pero con clase, le escudriño intentando
inútilmente descifrar como carajos Marina y yo nos conocemos. -Dejá de mirarme
subnormal, no me gusta que una sabandija como tú me mire directamente a los
ojos- bajo la mirada y aprovecho para verle el lomo, carnoso y abundante tal y
como me gusta, el buen pernil de noche buena…
El cantinero trae los tragos, quisiera tomarme el guaro de una sentada, me
contengo un poco y presumo modales de donde no tengo e intento hacer un brindis
con Marina la desconocida. -¿Qué demonios crees que estás haciendo, subnormal?-
-disculpe, solo pensé que era algo cortes agradecerle por el trago-
respondí -no me agradezcas nada, vine acá por negocios, mejor calla y escucha-
llama al cantinero -traiga toda la botella de aguardiente que este infeliz la
va a necesitar- no sé porque al decir eso mi sangre se heló en un segundo. Una
especie de aura demoniaca recubrió a aquella rubicunda mujer. Al parecer mi
rostro de terror le produjo satisfacción de algún modo y estalló a carcajadas.
– me parece muy bien que comencemos a entendernos, seré breve contigo, animal,
yo soy una de las furias, una especie de espíritu de la venganza y vengo aquí a
proponerte un negocio...- yo la miraba con la cara de pelma que tenía mientras
tomaba otro trago, pero no es que me haya creído toda esa pavada, de que esta corpulenta
matrona era una encarnación demoniaca o algo así, simplemente pensé que era una
retorcida enferma mental que posiblemente me haya jodido alguna vez en alguna
de mis fatuas borracheras donde me ahogue en el leteo y quería gastarme una
broma en vendetta de mi pésimo rendimiento sexual.
El negocio era sencillo tenía que
asesinar a un colibrí esa misma noche o estaba frito. Esa puta Furia desquiciada
cargaría con mi cadáver hasta el último confín del mundo si no cumplía el
trato.
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