La caída





Desde un pequeño montículo de tierra, ambos miraban como se agitaba la única mandarina en el copo del árbol que tenían en frente a solo unos metros. La contemplaban porque no había nada más que mirar.

El cielo estaba turbio, como si la lluvia estuviera a punto de caer sobre ellos, pero no caía, no pasaba nada, el cielo permanecía gris y mudo. Ellos seguían imperturbables, mirando y mirando aquel fruto que colgaba del árbol.

Pero una cosa era lo que sus ojos atisbaban, otra muy ajena era lo que cada uno de ellos pensaba en aquel estado de concentración fortuita. Ella dejaba vagar su mente en recuerdos felinos, en todos los gatos que había acogido en su casa desde muy pequeña. Desde ese entonces había tenido una empatía por estos animalitos que de alguna manera representaron aquella libertad con la que siempre había soñado. Fabricaba un recuento de los diversos nombres, de las personalidades y manchas particulares de cada uno de ellos, rememoró también cuántos de ellos habían huido por los tejados detrás de una gata en celo para perderse para siempre en la noche entre aullidos desgarradores de placer y horror, otros simplemente se habían aferrado a su cariño maternal y habían fenecido por el tiempo, la enfermedad o las casualidades accidentales. Intentó pensar cuál de todos era el felino que más había querido y no pudo llegar a una respuesta concreta, para ella todos tenían algún recuerdo valioso que les ofrecía una extraña igualdad en su memoria.

Por su parte, el chico que parecía más concentrado que ella, estaba absorto, las manos le sudaban pero no podía ella notarlo, pues las mantenía en su bolsillo, con un gesto de placidez y desinterés que no dejaban mucho a la sospecha. En su mente solo gravitaba el deseo, su mente volaba imaginando el momento correcto de besarla. Llevaba días, cavilando, meditando infructuosamente la estratagema, que le ayudaría a conquistar esos labios. Sus noches se hacían eternas, tratando de dibujar en su cabeza, la sonrisa de esos labios que figura más dulces y jugosos que la mandarina que oteaba en ese instante.

...Mientras ellos se distraían en aquellas bagatelas humanas, la mandarina se debatía solitaria contra la brisa que la agitaba, aferrándose con un ímpetu feroz y paradójicamente fútil a la endeble ramita, sin que  ninguno de sus dos observadores casuales comprendieran el porqué de aquella batalla.

Sumidas están todas las criaturas, las naturalezas y los espíritus en el instante, expectantes, ansiosos, frustrados, derrotados, placidos y melancólicos… solo el viento ríe porque solo él puede dar el veredicto final, solo él puede arrastrar el pasado y traer nuevos aires al presente, solo él puede barrer con las ilusiones, el deseo, los pensamientos, la perseverancia, el instante y la vida para dar paso a la caída de lo inadvertido e inevitable.
 

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