Jean-Antoine Watteau, Pierrot
Te miras en el espejo pero
es otro el que te mira. Haces gestos de reproche, pero el reflejo te hace
muecas de burla. Indignado ante el prodigio quieres gritar pero tu voz muere en
el vaho del espejo.
Ladra un perro quien sabe dónde y tienes la impresión que aquel animal a robado tu aliento.
La figura en el espejo sigue asechándote con su terrible sonrisa, no comprendes lo que ocurre, quieres correr, alejarte de aquel reflejo atroz que te recuerda al bufón de un rey perverso en una obra de Shakespeare. Pero tú no eres el guasón de ningún rey, aunque así te sientas mientras pasas horas y horas sentado en un cubil de dos por dos, haciendo informes para el déspota de tu jefe de planta. Pero eso no te hace un payaso, por el contrario te sientes miserable, como un insecto corporativo, siempre presumes en tus pequeños círculos de idiotas que eres un Kafka, pero sin la facultad para la escritura, es mas no tienes ninguna facultad para manifestar tu inconformismo, ni siquiera tus triunfos o tus alegrías, porque tú nunca has tenido nada de eso, nada de que granjearte, siempre has sabido que eres el reflejo de la derrota. Pero ese reflejo no es el que te mira en este instante, este reflejo es incluso más hostil que el rostro que día a día te mira en las mañanas y te recuerda el patetismo de tu vida obsoleta. No, este rostro que te mira, es un rostro mezquino, déspota de un juglar sin alma, un hombre sin amo, un actor sin director. Es un desconocido, un enemigo, no es tu sombra, ni un recuerdo, ni una proyección de lo que nunca podrás ser. No, ese no eres tú, ni nadie que conozcas, ese hombre que te mira no es nadie, pero se ríe de ti, se ríe de todo cuanto eres. De tu impotencia, de tus falsos empeños por huir.
Te detienes a pensar y sabes que puedes irte cuando quieras, pero no quieres. Quieres quedarte allí contemplando aquel reflejo que deberías ser tu pero no lo es, sigues allí sin comprender muy bien, pero sospechas en su mirada, que pronto aquel que te mira, se cansará de aquel rictus, te heredará su sonrisa, dará media vuelta y no volverá mirarte nunca más.
Ladra un perro quien sabe dónde y tienes la impresión que aquel animal a robado tu aliento.
La figura en el espejo sigue asechándote con su terrible sonrisa, no comprendes lo que ocurre, quieres correr, alejarte de aquel reflejo atroz que te recuerda al bufón de un rey perverso en una obra de Shakespeare. Pero tú no eres el guasón de ningún rey, aunque así te sientas mientras pasas horas y horas sentado en un cubil de dos por dos, haciendo informes para el déspota de tu jefe de planta. Pero eso no te hace un payaso, por el contrario te sientes miserable, como un insecto corporativo, siempre presumes en tus pequeños círculos de idiotas que eres un Kafka, pero sin la facultad para la escritura, es mas no tienes ninguna facultad para manifestar tu inconformismo, ni siquiera tus triunfos o tus alegrías, porque tú nunca has tenido nada de eso, nada de que granjearte, siempre has sabido que eres el reflejo de la derrota. Pero ese reflejo no es el que te mira en este instante, este reflejo es incluso más hostil que el rostro que día a día te mira en las mañanas y te recuerda el patetismo de tu vida obsoleta. No, este rostro que te mira, es un rostro mezquino, déspota de un juglar sin alma, un hombre sin amo, un actor sin director. Es un desconocido, un enemigo, no es tu sombra, ni un recuerdo, ni una proyección de lo que nunca podrás ser. No, ese no eres tú, ni nadie que conozcas, ese hombre que te mira no es nadie, pero se ríe de ti, se ríe de todo cuanto eres. De tu impotencia, de tus falsos empeños por huir.
Te detienes a pensar y sabes que puedes irte cuando quieras, pero no quieres. Quieres quedarte allí contemplando aquel reflejo que deberías ser tu pero no lo es, sigues allí sin comprender muy bien, pero sospechas en su mirada, que pronto aquel que te mira, se cansará de aquel rictus, te heredará su sonrisa, dará media vuelta y no volverá mirarte nunca más.
Comentarios
Publicar un comentario