Ejercicio para matar el tedio

Cascábase el poste mientras una anciana cruzaba la calle. Desde su ventana atisbaba toda la periferia de una insípida ciudad al atardecer, el tráfico momificado entre bocinas y rugidos de motor, su pija enardecida ante la sinfonía suprema de las seis de la tarde, la grandilocuente orquesta patética de la metrópoli al borde del suicidio. Un pajarito le miraba colgado sobre los cables de luz ¿Cómo diablos se halaran el pito los pobres pájaros?- pensó fugazmente y siguió deleitándose con el lento andar de la anciana que aun no acababa de cruzar la calle. El tiempo en la vejez se hace de piedra, cada acontecimiento es tan vivido, tan ceremoniosamente aburrido y recordado, que todos los instantes se confunden, se emplastan y solidifican como un mojón al sol, en la repetición infinita de cruzar una calle, de joder todos los infectos días a la misma tipa que se va arrugando contigo como una costal de huevos podridos, se cristaliza instante en todos los instantes, al sentarse en la taza del retrete a leer la prensa todas las mañanas para echarse una cagada que es la misma plasta de mierda que intenta cruzar una calle por toda la eternidad, la memoria se dilapida porque sino la insoportable monotonía acabaría con la vida de una persona como si un camión pasara sobre el pedazo de sorete que se cuece al sol… Recordar que todo la puta vida es concéntrica, que es una espiral que avanza hacia el mismo punto, un agujero de gusano que se vuelve serpiente que se muerde la cola para volverse a vomitar cada mañana, esa es la vida, ahí se va la vida, en un puñetero meneo con las parcas, en contemplar una calle habitada por el tedio, donde una puta vieja siempre estará allí tratando de cruzar la calle y el orgasmo de pasar a lo otro lado jamás llega. Detenerse el jaleo para escribir un correo a la familia de un amigo que falleció hace tres días y del cual no se siente la más mínima pena, del cual solo se tienen vagos recuerdos, un bolígrafo que ya no tiene tinta que le obsequio hace un par de navidades. La mano floja sigue acariciando la pija, la otra teclea la carta hipócrita para una partida de orates chillones que en verano estarán en la playa a la salud del miserable muerto. Vuelve a su sitio, la vieja a cruzado la calle y está mirando hacia la ventana, la picha en la mano, ambos parpadean, la vieja vuelve a cruzar la calle mirando hacia el horizonte. Estalla vida contra la ventana. 

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