La gallina





No se puede negar que Epifanio Burgos era un tipo de recurrente ingenio imaginativo, tenía esa chispa mágica para decir las cosas y entre las damas no podríamos objetar que tenía dotes de un don Juan. Le gustaba el vino y los tangos de antaño, su voz era potente y dulce digno exponente de la nueva ola gaucha. Quien iba a pensar que ese buen tipo, ingenioso y de buenas costumbres ocultara tal impostura y particulares manías. Tenía una noviecita engalanada, rubia, de ojos saltones, piel de porcelana y sonrisa coquetona. Pero parece ser que las carnes ampulosas de esta hembra no le eran suficientes para calmar sus pulsiones. Puedo parecer un deslenguado, pero aquel rumor ponzoñoso de sus andadas no es mío sino del mismísimo Edmundo Córcega, colega del instituto, fiel amigo de nuestro calamitoso héroe. Según Córcega, el mismo había presenciado como Burgos, andaba elegante como siempre, presuroso con una gallina bajo el brazo. Escena absurda que al parecerle ante sus ojos de tan alto paroxismo cómico prefirió hacerse sombra silenciosa y seguir el desenlace de aquel episodio. Burgos caminó tres cuadras desde la plaza de mercado, donde al parecer adquirió el plumífero animal, surcó la izquierda un par de veces, sin dejar de mirar nerviosamente hacia atrás. Córcega cumplió magistralmente su labor detectivesca sin ser notado por Burgos, que luego de dos absurdas vueltas a una misma manzana, se detuvo en una casona de mala muerte, donde tocó el timbre mortecino, abrió una vieja escuálida y medio ciega que lo dejó pasar luego de recibir un par de monedas. Intrigado Córcega espero un par de minutos, dudando que hacer, un tanto inquieto, al fin tomó un hondo respiro y tocó la puerta de la derruida casucha. Golpeó tres veces y la vieja abrió, el apestoso hedor a col marchito que transpiraba la vieja casi depone su temeraria osadía, pero haciendo uso de una respiración vocal, pudo sobrellevar la primera prueba. –¿Qué quiere?- dijo la vieja apestosa, Córcega, ocurrente, diviso hacia adentro de la casa por la pequeña hendija –quiero un cuarto- respondió por donde asomaba el vetusto rostro y descubrió a qué tipo de antro se había colado su amigo –quiero un cuarto- respondió. La vieja estiro la mano callosa y huesuda como la de un cadáver –son veinticinco centavos- -¡mierda!- pensó para sí el pobre Córcega –me saldrá caro esta extraña aventurilla, ojala valga su peso en oro- saco las monedas y se las entrego a la vinagrosa anciana, que lo condujo por un estrecho corredor donde se filtraba de algún lado una melodía de ordinario folclor -¿espera usted a alguien o gusta deleitarse con una de las chicas o quizás unos buenos folletines, eh? porque si espera a alguien debe saber que son cinco centavos más, no vaya a salirme como ese otro orate que entraño hace poco antes que usted y me pidió la habitación para el solo y su avechucho- dijo monótonamente la anciana mientras lo conducía por unas escaleras que dejaban entrever la segunda planta llena de habitaciones. Córcega lo meditó un segundo – no estaría mal que me mostrara que tal están las chicas- la vieja sin inmutarse sacó de su vestido un pequeño silbato y lo hizo sonar dos veces, algunas de las puertas de las habitaciones se abrieron y una variedad de damiselas llenaron de colorido lubrico el corredor del segundo piso, Córcega quedó hechizado con una morena altiva e imponente que estaba semidesnuda (exhibiendo unas prominentes ubres) -quiero aquella, esa morena de allí... la de las medias...- señalándole a la anciana con el dedo la chica que le seducía. Otras tres monedas salieron de su bolsillo, la vieja desapareció dejándolo al cuidado de la joven mulata que lo arrastró de la mano y lo llevó hasta una habitación calurosa y húmeda. Podríamos creer que el buen detective olvidó su labor pero no fue así, cuando la puerta de la habitación se cerró, indagó a la joven doncella de pezones puntiagudos como flechas amazonas– ¿sabes algo del tipo que hace poco arribó a este sitio con una gallina entre sus brazos?- la morena al escuchar la pregunta se arqueó de la risa, tardó un poco en contestar entre risillas y singulares muecas –ese es un loco que viene día por medio trayendo consigo un plumífero bicho, no sabemos muy bien que hace con el animal pero al salir entrega la gallina degollada a la vieja…- Córcega estaba impactado pensó-¿Qué podría hacer ese sujeto con una gallina en un sitio como este?¿un ritual satánico? ¿Será ese su secreto para doblegar al bello sexo?- dejando a un lado aquellas ideas preguntó a la imperiosa morocha de broncíneas tetas de ébano -¿y nunca pide algún servicio de ustedes?- inquirió intrigado -… muy pocas veces, una vez escuché que le pidió a la vieja un poco de aceite de cocina y una zanahoria cruda sin lavar... eso es todo…- Córcega estaba perplejo, mulata continuo -…casi siempre se arma un barullo cuando ese tipo entra con estos animales, los hace cacarear de un modo estrepitoso que perturba nuestros ligues, y todo se vuelve una desatinada algarabía, algunos de nuestros clientes se han quejado y le han golpeado a la puerta pero el tipo hace caso omiso a los llamados suele encender la radio a todo dar para que la gallina cante a dúo con Edmundo Rivero o Julio sosa, según lo decida el azar… en realidad no tarda mucho el conciertillo de mierda, máximo unos quince minutos allí dentro, luego sale impecable y bien perfumado como si nada hubiera pasado. Baja silencioso las escalas, dejando la habitación revuelta y llena de plumas- …Córcega me contó esto, y aun no sé si creerle, aunque sé que suele ser a veces todo un charlatán y que todo puede ser producto de los celos que siente por Burgos, al ser este como ya he dicho un redomado Casanova, pero no puedo negar que la duda me ha asaltado desde hace un buen par de días, que le visto por el bar del canalla de Saúl Gollete, y he visto como relucía en su impecable traje a rallas una blanca pluma en su hombro izquierdo.




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