-Romperé el vaso de la cordura, con la sartén y los huevos que tengo en tu
culo- Dijo Pacho a su mujer.
-¿de qué hablas, viejo cornudo? Si joder casi ni puedes, con esa curda que
traes, ni el tercer pie puedes poner en pie- dijo su mujer enjugándose las
caries limpiándose la espuma con el agua del retrete –mírame bien so pureta, la
gamberra de tu puta, acá limpiándose la jeta en esta cochina pocilga, donde acumulas
kilos y kilos de mierda. Pacho se ríe de la escena y para embellecerla se orina
en frente salpicando el rostro virulento de su guarra, acompasando el festín
con una gloriosa flatofonia en fuga, apestando el cuartucho del pestilente
vapor de su enferma tripa.
La mujer irascible, incongruente y nuevamente mujer, se levanta como una
hija de Zeus y asesta un buen patadón en los huevos. Pacho cae de rodillas como
un penitente sin culpas, como un pecador sin cosquillas, como un homicida sin
penas, como un soñador con insomnio. -ayy ay—grita Pacho desconsolado, le
duelen los huevos que pensaba ensartar en el culo de la cordura, ahora el
pobre, podrá si acaso hacer un omelette para el desayuno de su furibunda
mujercita.
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