Vengo de un lugar
donde nadie madruga, solo algún moribundo tiene el descaro de morirse temprano
de vez en cuando. Mi vida ha pasado como un sucio sueño del cual, solo conservo
fragmentos llenos de polvo y olvido. No tengo historias maravillosas de una infancia
inolvidable, ni amores memorables dignos de ser narrados. Repito que mi sucia
vida esta infecta de escombros y podredumbre, donde estimo inútil escarbar en
algún recodo en busca de un tesoro bajo un pretérito estéril. Mi nombre es
igual al de todos los hombres, un nombre insulso, carente de sentido y jamás demandado.
Un nombre irrelevante como el de todos los santos, mártires, asesinos e idiotas
que han transitado este camino sin sendero. Mis arrugas solo son el producto
del ejercicio del tiempo y el brillo tenue de mis ojos es un simple mechero
fatigado de insomnios y amaneceres, donde día a día se consume el combustible
de aquel fragor que persiste en la anodina quimera de mirar un mundo feo,
aburrido e hipócrita. En resumen mi vida es igual que la de un muerto que camina,
de un loro que repite, de un espejo enfermo donde un fantasma busca
absurdamente su reflejo. Solo ambiciono morir perezosamente, sin
presura, dejando que el gallo cante hasta quedar sin voz, contemplar desde mi
lecho como se vislumbra ante mí un sol mortecino que nunca ha tenido constancia
de mi existir. Vagaran mis ojos por última vez sobre esta alcoba, que por tanto
tiempo he creído mía, y de la cual habré de desprenderme para ocupar una más
estrecha bajo el suelo. No ambiciono el beso postrimero de una mujer joven
sobre mi frente marchita, como consuelo de una vida sin frutos. No dejo
herencias, ni escrituras que me den fama de moribundo, solo dejo en el infinito
la incertidumbre todo aquello que mis ojos vagabundos jamás pudieron retener en
mi memoria ya obsoleta.
Comentarios
Publicar un comentario