“Reflejo sólo soy si acaso, una sombra maltrecha de aquel enemigo que la
sociedad hipócrita censura, y con descaro le llama depravado. Soy víctima de su
histeria, soy producto de su impotencia, la exacerbación de sus fracasos, le
desviación repulsiva y anhelada. Soy aquel que habita en la pupila del santo y
en el puñal del asesino. El canalla que se libera en las noches perversas de
luna cruda, donde a lo lejos aúllan las meretrices porque les he hurtado el
amor de sus coños.” Y así iba el joven seminarista Lucien Gross, anotando
aquellos versos revitalizantes en su pequeño diario carmesí camino a la iglesia
para confesar alguna insignificante mentirilla.
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