Núbil doncella entregada a largas y noctívagas horas de relatos perniciosos
que incuban en tu seno ponzoñosos sueños.
Sacudes tu melena oscura y un rictus de placer compungido se aurea en
tus labios. ¿Quién fuera ese vil corsario que arrancara del estupor esos sueños
locos y los hiciera tu perpetua realidad? Yo soy humilde mancebo que te sueña
mientras tú, mancillas esa dulce piel de durazno y elevas tus ojos rubicundos a
las alturas paganas de las orgias de antaño. No permitas que el deseo se
consuma en una noche, tasajéalo en contadas gotas de placer y cultiva con
cuidado ese corazón viciado que hará de ti una gran mujer. Aprende a gobernar
los reinos terrenales, que los cielos ya son tuyos con una leve oteada por
ellos, miente a todos, pínchales con tu avara colmena, permite que los infames
te coronen con olivos y laurel, porque la gracia de tu perdición hace postrar a
los ángeles bestiales a tus perlados pies y la sabia parca te ha bendecido con
su vaho, y tu voz será el eco de la suya, y tus susurros procuraran el éxtasis
final a quien dichosos puedan escucharlos.
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