Todo marchaba a la perfección con la misma precisión de un tren a vapor. La
soga bien anudada, el traje impecable, sin una arruga, el banco en su sitio,
alineado con las esquinas de los muros de la habitación. Sant’Elia, subió al
banco, con su rostro inexpresable de siempre, sus ojos fijos en el espejo, de algún
modo parecía suponerse que buscaba en el reflejo algún temor, alguna duda para
dilapidar lo irremediable. Antes de subir el pie izquierdo hasta la cumbre,
saco su reloj de bolsillo, una sutil mueca de asco se trazo en la comisura de
su boca. Ya en las alturas Sant’Elia echó una mirada al ventanal enorme del
costado derecho –Allí está el mundo nefasto que he ayudado a construir, aquella
monstruosa maquina que nunca se detiene, que palpita sin corazón, que sangra
aceites y suda hollín, soy el asesino y el creador macabro de esta metrópolis,
mis líneas estiradas, mis anhelos turbios de dinamismo llevaron mi cordura
hasta la estrechez, me hizo un pobre jumento, esclavo de mi propio sueño. Perdí
el espectro total de la vida, deje escapar tantas mujeres bellas de mis brazos,
tantas noches de locura y ebriedad, tantos momentos fútiles que componen la
belleza de un instante, las finas vigas de metal, los cristales y el hormigón
no fueron suficientes para colmar mi alma de calma… ahora mi corazón está
rompiendo la rutina, se precipita al abismo, sabe que perdió la guerra ante la
cuadricula, los parámetros y los muros fueron más fuertes que la esperanza,
pero aun así, viendo esta mi futurística quimera encaminarse al destino de Nemrod
puedo dejarme llevar por mi impulso, mi corazón palpita desenfrenado, en la
pulcritud me elevo hacia un reino donde los trazos de aparente realidad se
disuelven y la música gobierna en la inmensa nada-
Las torres se desplomaron y algunos que se transitaban por la gran
autopista aseguran haber visto salir volando la efigie de un ángel por la
ventana.
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