
Un hombre viejo y fatigado llegó al final del camino y comprendió al instante que todo el sentido de su vida se reducía al abismo que yacía en frente. Los gratos y amargos momentos se subyugaban a la nada, los rostros en la memoria no eran más que fantasmas, el amor una mera ilusión... Lo embargó como un rayo, un sentimiento puro y noble de soledad perpetua, una limpia sonrisa se posó en sus labios como el colibrí lo hace en la flor azul, la niebla de la tristeza huyó de su mirada y emergió una clara luz de sus ojos, respiró ancho y hondo y se dejó llevar por el vacio que era y había sido su vida infinita en el trasegar por el mundo.
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