UNA NOCHE ABURRIDA




-…y ¿en verdad que somos aburridos?- pregunto Francisco con inquietante afán a su colega. La noche era grata, típica de esos lugares del trópico, donde la brisa es suave y aun en la ciudad se puede respirar un poco de aire. Antonio solo miraba a las nenitas que pasaban de vez en cuando por su lado. Se afinaba las gafas como si quisiera ver mas allá de lo permitido. –Es difícil concentrarse para hablar de estos temas del aburrimiento, querido amigo, viendo ese bello ir y venir de tan hermosas sirenas nocturnas- Antonio termino su chascarrillo y tomo con agilidad la botella de vino que descansaba en el borde de un pequeño murito. Saboreo con gusto y con desenfado añadió _... pues si mi querido Francisco que si hemos de ser un par de tipos aburridos para algunos, no quiera Dionisio que seamos del todo odiosos para las bellas señoritas…- hizo una mueca ridícula, dio un leve giro panorámico con la cabeza y continuo –No somos moneditas de oro para agradarle a todo el mundo. En este tiempo no es muy frecuente ver a un par de tipos como nosotros, que se presumen entendidos de uno que otro tema. No ha todos les gusta hablar de la humanidad. A la gente le gusta vivir el momento y no le gusta que le estén sermoneando…- mientras Antonio decía esto Francisco fruncía el seño como disgregando de lo dicho -¿pero es que acaso somos un par de seminaristas, eh? Nosotros que nos pavoneamos de nuestro escepticismo intelectual, de ser unos tipos mezquinos al dios de las iglesias. Disculpa si me exalto, la verdad, es que me encoleriza que por lo menos a mi se me tome como un tipo culto, eh, sabes bien querido amigo que yo soy mas afín a la inestabilidad de la pólvora que ha la castidad de las monjas. Al decir esto Francisco se hecho a reír junto con Antonio. Luego permanecieron en silencio. Una figura celestial anulo por completo sus antiguos pensamientos. Si fueran un par de santurrones se abrían dado la bendición al contemplar el sensual contoneo de caderas de la pollita que se les venia encima. El instante sucedió sin más misterio, la bella mujercita, cruzo por el lado sin escrutar en la mirada de sus dos nuevos fieles. De repente Antonio interrumpió: - Hermano con una mujer así me caso y hasta le doy hijos- y se hecho a reír como un loco. Era claro que en su mente el matrimonio y la descendencia no eran mas que un descabellado absurdo. Le encantaba ese juego paradójico de palabras, se la pasaba todo el tiempo argumentando que jamás traería ningún crío a este desdichado orbe, pues argumentaba que su sangre esta virada, que su estirpe era ponzoñosa, suficiente había que lidiar el mundo con su tediosa existencia. Francisco solo suspiro y tomo un poco de vino de la botella –somos un par de farsantes- exclamó con cierto tono burlón. Antonio asintió con la cabeza. – no hacemos si no cuestionarnos por cosas que a pocos hombres le competen, ¿Quién a caso nos dio derecho de jactarnos de una infecunda sabiduría? No somos mas que unos viles ególatra querido amigo, en nuestras palabras solo escucho ya un suplicante rezo de inmortalidad. Queremos ser recordados, somos unos cobardes, creemos que con toda nuestra palabrería escaparemos de la muerte. Igual de olvidado termina el santo que el mendigo. No somos mas que unos tristes esperanzados, unos peregrinos de una absurda gloria que jamás llegara. Nos escudamos en eso que vos llamas humanismo, pues así nos eludimos de tantas responsabilidades para con nuestros contemporáneos pero la verdad, ambos sabemos que nos encanta la vanidad… - Antonio sonríe e interrumpe el coloquio de su amigo con esta frase –Oh, vanidad de vanidades, vanidad mi pecado favorito- ambos rompen en risas y hacen un brindis por su absurda charla y por la bella fémina que aun su libido recuerda con locura. La noche pasa con calma por sus cabezas, otro par de doncellas cruzaran por su camino mientras este par de tipos aburridos paladearan otro buen rato de tantas cosas sin importancia.

Comentarios