ECDISIS


-Supongo que no hace falta que le hable demasiado de la proterva y ostensible reputación del Señor Kovac. De la que me parece está ya usted al tanto- Dijo el viejo caballero
-Muy vagos son los cuentos que he escuchado de ese hombre. Algunos tan extraordinarios que parecen sacados de los más recónditos territorios de Nueva Guinea, en los cuales mi tripulación y yo tuvimos la desgracia de poner un pie- respondió, dando una bocanada a su pipa, el capitán Staden. -Sabrá usted un poco de la funesta historia de mi estirpe. –continuó el capitán -Especialmente de las aventuras de aquel antepasado mío, que fue presa de los Tupinambá- El viejo caballero afirmó con un gesto noble y de fingida afectación.
-Más no crea que lo de Nueva Guinea fue la única vez en la que me he topado con circunstancias de esta índole- prosiguió el capitán Staden -Fue a poco más de veinte años, que me embarqué en el navío Salambó por primera vez, No por voluntad propia, sino por la apretada situación en la que mi padre, un marino borracho al que ya nadie oficiaba, decretó que ya era tiempo que me hiciese hombre de una buena vez y que siguiera porque no, sus pasos de hombre de mar.… tengo que agradecerle a ese viejo canalla que me allá puesto en esa situación, desde entonces, el mar ha sido mi único y fiel amor. Como se puede esperar obtuve un trabajo indigno, y todos los marineros se aprovechaban de mi situación para humillarme y degradarme. Quien iba pensar que siete años más tarde, yo Gregory Staden, iba a convertirme en su capitán. Todas las tareas oprobiosas que se le pueden dar a un hombre de mar las desempeñé con la templanza y la arrogancia dignas de mi juventud, y quizás por eso el Capitán Frisch comenzó a encariñarse conmigo, al ver que mi febril espíritu imberbe no se deterioraba ante las difíciles tareas que se me eran dadas. Cuantas tempestades estuve en cubierta luchando con las velas para mantener el rumbo de nuestro navío. Como le digo caballero, ese primer viaje, cuyo destino eran las islas Malvinas, estuvo al margen de la ira del céfiro y el dios de los mares. Solo aquella horrible tarde de julio, pude ver directamente al son sin una nube que le ocultara su cálida faz. Disfrutaba de la suave mientras descansaba, fumando un poco de tabaco que otro marino había tirado al suelo, por primera vez en todo ese tiempo me dediqué al goce de la contemplación. El cielo y el mar se me presentaron insondables, compasivos, llenos de una paz incomparable que aun hoy no puedo encontrar en tierra firme. Mas mi tranquilo descanso se vio un tanto perturbado al distinguir un oscuro objeto que flotaba en la lejanía. El Salambó llevaba la misma dirección del objeto que poco a poco se descifró ante mis ojos. Era una pequeña balsa. Esto no parecía una buena señal. Un bajel de tan deplorables condiciones no podría hallarse en altamar si no fuese producto de un naufragio. Avisé de inmediato al Capitán Frisch. Y en poco tiempo, mi premonición se hizo veraz. la enclenque barcaza era un vestigio de algún naufragio lejano. No tardamos en vislumbrar con horror una pila de cadáveres en descomposición sobre ella. Cuanta podredumbre y muerte tuvimos ante nuestros ojos, un montículo de cadáveres putrefactos yacía sobre la balsa. Nuestra primera impresión fue que aquellas pobres vidas se habían esfumado. Pero cual sería nuestra sorpresa y horror al descubrir que entre esa pila de muertos se movía una grácil y pálida mano. Por un impulso siniestro que aún no he comprendido, sin meditarlo mucho salte de la borda y nadé hasta la carroñosa balsa. Aun hoy, con solo cerrar mis ojos puedo recrear la funesta visión de aquel cementerio marino. Bajo la luz de ese sol inclemente que acrecentaba la fetidez de aquella ingente masa, llena de miasmas, desenterré el cuerpo raquítico y fantasmal de una joven moribunda. La pobre chiquilla se hallaba en un estado de ensueño fúnebre. Con ayuda de los otros marinos logré subirla a cubierta. Apestaba a muerte, no sé si fue por el contacto permanente con aquellos cadáveres o simplemente si fue por el hecho de que su vida deambulaba ya por los dos senderos sin un rumbo fijo. La recostamos en uno de los cuartos, donde el capitán me permitió hacer de guardián. Un par de horas más tarde la joven entreabrió sus perlados ojos, despertando con un rictus de horror quizás producto del paroxismo de muerte que experimentó... No quiero extenderme en las cosas que esta joven me confesó sobre aquel naufragio, solo le diré, que esta pobre muchacha tuvo que alimentarse de la carne putrefacta de su propia familia, para poder sobrevivir. Pues aquella pila de cadáveres que la sepultaban no eran otros que sus padres y hermanos, vestigios de un naufragio macabro acaecido hacia unos días. Así pues, honorable caballero, créame que le entiendo un poco lo que intenta referirme sobre el señor Kovac, pero lo que no me queda claro o no quiero creer son las razones por las que ese hombre continúa con esa grotescas e inhumana manía-
-No crea que intento eximir de censura las extrañas practicas del señor Kovac- interrumpió el anciano caballero que con un gesto condescendiente continuo con la palabra – de las que por otra parte debo confesar me he servido para mi oficio. Sepa pues, Capitán Staden, que, aunque las circunstancias de estas historias se asemejan mucho, hay ciertos puntos cruciales que las distancian. Es evidente que Kovac tuvo que sobrevivir enterrado bajo una pila de muertos como la joven de su relato, aunque no en altamar y mucho menos en la intemperie a guisa del sol, sino enterrado en una fosa común, por hombres siniestros que lo creyeron muerto, como a sus compañeros. Lo que separa a este individuo de aquella joven es un punto quizás anodino, pero no menos desagradable, y es que por más que sobreviviera el señor Kovac gracias a los cadáveres con los que convivía, jamás se hallaron pruebas de una conducta antropófaga, antes quisiera decir, que a pesar del horror en el que se encontraba este hombre jamás dejó su humanidad. Quiero que me entienda bien capitán, Kovac, en su vida a probado carne humana, creo que hubiera preferido morir de inanición que perpetrar tal acción. Kovac, sobrevivió fue gracias a esos diminutos seres que se afincan y fundan sus sociedades en un cuerpo interfecto. En esa multiplicidad de vida después de la muerte, Kovac encontró su sustento. De ellos se alimentó por todo el tiempo que estuvo sepultado hasta que yo y otros hombres descubrimos la fosa donde se hallaba.
-pero dígame caballero- preguntó el capitán Staden -porque este hombre sigue procurándose esa asquerosa dieta a base de gusanos y de larvas, a pesar de que ya han pasado casi dos años que ustedes le sacaran de aquel infecto agujero, -
-Creo que está usted al tanto de las cosas que se hablan en la ciudad sobre este asunto. Y aunque parecen sacada de mitos absurdos, algo tienen de ciertas. Y déjeme decirle que yo mismo al comienzo, pensé que solo eran habladurías, desatinos infundados de la gente supersticiosa... Pero yo no soy quien, para desentrañar los misterios de la mente humana, y tampoco puedo apreciar los límites que esta contiene, y mucho menos puedo dar explicación a los hechos de los que fui testigo. Antes de proseguir, déjeme que lo saque de un error, no suponga mal, Kovac no busca saciar el hambre su cuerpo con esas criaturas, ese no es su fin, él solo busca alimentar sus recuerdos, o por lo menos con ellos intenta enmendarlos, aunque sin mucha esperanza.
-¿Cómo es esto? ¿De qué demonios está usted hablando? - dijo el capitán
-Sepa pues que cuando le encontramos ese pobre hombre no sabía quién era, lo poco que su memoria retenía eran pretéritos de otros, imágenes de la vida pasada de aquellos cadáveres con los estuvo preso bajo tierra. De allí viene su nombre, en medio de esos recuerdos, escuchó como uno de esos finados lo llamaba por ese nombre. ¿Y sabe usted como le llegaban esas imágenes y recuerdos ajenos a este hombre sin pasado? -
-No lo sé-
- Aun no entiendo bien cuál es el sistema que rige estas circunstancias. Al parecer todo se originó con la ingesta de esas primeras larvas que se metamorfoseaban entre esos cuerpos en descomposición. Esto marcó para siempre el destino del señor Kovac y porque no también comienzo de su propia ecdisis. Entiéndase que en primera instancia se alimentó de estos pequeños animales en su fase primitiva por la mera supervivencia, pero a medida que más se alimentaba de estos, más iba mudando su ser, su antigua vida desparecía, toda su memoria se dilapido, para hospedar nuevos imagos, para revestirse con los tegumentos de la memoria de los muertos. Por eso quiero que quede claro esto capitán Staden, el señor Kovac no se alimenta de estas criaturas por capricho, ni por un trastorno simple de la psique, ni por los eventos tan traumáticos por los que pasó. No, él lo hace para intentar reconstruir su propia memoria, sus propios recuerdos, para recuperar su propio imago por medio de la vida de los otros, de aquellos huéspedes que ahora habitan en su cabeza. Porque intenta inútilmente reconstruir si vida con los recuerdos de otros. Porque sépalo capitán un hombre sin recuerdos, no es un hombre, no es nada-
- ¿Me está diciendo usted que son ciertos esos rumores? - dijo un tanto sorprendido el capitán
- ¿Y cómo no he de creerlo si yo mismo he sido testigo de ello? Bien sabe usted mi oficio capitán. Me encargo de revivir la historia de los muertos... Por ese mismo oficio encontré al señor Kovac, pues iba tras la pista de los asesinos que lo sepultaron. Se bien que ya soy un viejo testarudo y caprichoso, pero no puedo dejar de apasionarme por los casos extraños que ocurren en esta ciudad, historias que la gente olvida con facilidad, pero que yo no puedo dejar atrás. Y déjeme decirle que, en todos mis años de pesquisas, no he tenido un caso más extraordinario que el de Kovac. Es por eso que con sus facultades hemos podido resolver una cantidad de casos que se hallaban sin resolver. Acepto que el procedimiento es grotesco, pero necesario y efectivo. Al comienzo, era tan escéptico como usted, pero los hechos lo son todo Capitán Staden. No se puede debatir los hechos con opiniones. Y Kovac demuestra con hechos no con especulaciones. Hace poco, por ejemplo, descubrimos que el viejo Edward Fabre, fue asesinado por su hija, Lauren, con una mezcla barbitúricos, y peor aún supimos las razones por las que cometió el crimen. Aquel respetado anciano abusó toda su vida de esta joven y de sus otras hermanas menores, una vez que su esposa falleciera. Y todo esto, nos lo reveló Kovac y fue corroborado por su ejecutora.
Ahora bien, le explicaré porque he querido contarle la Historia del señor Kovac, para que no se llevara una sorpresa mayor con lo que voy a decirle. Es curioso que usted hace poco se haya referido a su primera aventura a bordo del Salambó.
- ¿Y esto que tiene que ver con el señor Kovac? – preguntó un tanto sorprendido el Capitán Staden

-Más de lo que se imagina. Hace un par de días llegó a la orilla el cadáver de un hombre desconocido, al que los azares del mar lo trajeron hasta nosotros. Nadie pudo reconocerle por lo hinchado y deforme de su compleción acéfala. Parecía que hacía mucho había estado naufragando en el océano. Gracias a Kovac pudimos dar con el nombre del decapitado ¿puede usted creerlo? Con una sola larva pudo develar, el nombre de Charles Henry Frisch, y con otra el de su verdugo… es por eso que estoy aquí, contándole esta historia, Capitán Staden. -

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