“Hommo umbrae
somnium.” Píndaro
Rostros se pierden por los pasillos y los cuartos del hospicio. Las
batas blancas, los lamentos y los aullidos hacen eco en las sombras de los
rincones del patio central. En un cuarto hay un hombre, que se aproxima a la
treintena, tiene amplias ojeras, los pómulos hundidos, la piel blanca
contrastando con un cabello enmarañado y oscuro. Es un caso excepcional. El
medico de turno no entiende como en su situación el cuerpo permanece en calma,
ningún síntoma febril a pesar de que lleva más de once días recluido allí y
según todos no ha dormido una sola vez, permanece sentido en la cama mirando a
la pared donde hay un retrato de María Luisa Bombal, en la que se ve
particularmente joven y hermosa, los ojos irritados y secos tardan en parpadear
buscando eco en los ojos de la imagen fotográfica. Sobre la cama descansa un
libro de Perec como antinomia del estado del huésped junto a la obra completa
de Hilario Siniestra. Un primer diagnostico estima que padece de insomnio a causa
de una preocupante bibliomanía. Lo extraño del caso es que el hombre no ha
leído nada desde que esta allí. Los libros sirven según palabras de el mismo
como amuleto contra el anatema que se esconde al otro lado de la vigilia. El
delirio en el que yace preso el hombre, proviene de una leyenda remota y poco conocida.
Se dice que fueron algunos hechiceros de ciertas tribus acadias las que
iniciaron las primeras sectas del sueño de las que se nutrió el hombre insomne
y pasó sus últimos años haciéndose de una enrarecida biblioteca de contenido
onírico. La mayoría de estos libros son encriptados y confusos, pero se puede
constatar la repetida historia que remite a la existencia de un único libro que
contiene todos los libros y todos los tiempos. Sin embargo, este libro no hace
parte de la materia tangible de la vigilia y solo puede ser atisbado al otro
lado de los parpados. Pocos han admitido haberlo leído algunas de sus páginas.
Ninguno da fe de su contenido. Al despertar la memoria se dilapida. Y la
angustia ocupa el lugar de lo que en sueños fue un conocimiento absoluto. Un
monje irlandés del siglo XV asevera, que tuvo en sus manos un nimio folio
atribuido a gnóstico persa, donde narra el mito de un soñador que logró
escabullirse entre sus páginas, y descubre consternado, que en aquel libro ni
una sola consonante o una histérica vocal se esconde bajo el polvo que recubre
sus envejecidas hojas. Esta visión desoladora no es más que un engaño, según
otros adeptos a la secta, prefieren crees que es simplemente una estratagema
ante los alucinados ojos del durmiente. Que el libro no podía ser licito para
un iniciado y que, aunque el conocimiento estaba allí, ante los ojos del
durmiente, este no sabía cómo abrir los segundos parpados que son otra
entretela que recubre la fantasía manifiesta de lo onírico. Estos detractores
suelen llenar de terror el misterio que envuelve a este libro y no dudan en
decir que son muchos los que han sido presa del delirio y la desesperación y
despiertan ipso facto envueltos en un aura grisácea de angustia y pesadez. Es
allí cuando ocurre lo insólito, aquellos pocos valerosos que persisten en la
calma, y contemplan estupefactos la revelación de aquellas misteriosas páginas
lo gran ver más allá de las maquinaciones del sueño. La efímera tinta florece
una vez que el soñador deja que su mente divague en las laderas de recuerdos
ancestrales para recrear los símbolos escondidos tras el manto del olvido. Lo
que emerge del polvo ha sido escrito exclusivamente para aquel, siendo este, el
arquitecto de aquellas palabras intraducibles. Más no se puede pasar por alto
que se está inmerso en el reino de la ilusión y los espejismos, y cada vez que
vuelve a leer las líneas recorridas, todo se renueva y las palabras se
transforman. Esto conduce a un fatídico estado de conciencia, donde se descubre
que las páginas de aquel libro jamás se leerán en su totalidad al estarse
rehaciendo constantemente. El hombre que sigue prendado a la mirada de Bombal
ha mencionado que algunos grupos sectarios han querido ser más optimistas y han
fabricado una leyenda equivalente a cualquier constructo alegórico donde se
erige la imagen mesiánica del héroe. En ella, aseguran que un soñador intentó
hurtar aquel libro irrisorio y traerlo a las llanuras de la vigilia donde
habría de convertirse en un pestañear, en un puñado de sílice. Quien le escucha
aquella historia suele desviar la mirada en un pequeño frasco que se esconde
entre el polvo de un rincón de la habitación. Pero hombre niega lo que otros
más esperanzados dan por cierre a aquella historia de ese soñado lector y no
titubean en decir que aquel hombre jamás despertó, y que al igual que el libro,
su cuerpo se hizo de una materia comparada a la arena que crece sobre la Cuenca
de Tularosa, en Nuevo México, para luego alojarse en el recuerdo omitido de
otro hombre quimérico que ha de ambicionar, nuevamente, con perpetrar lo infranqueable,
repitiendo un eterno ciclo, llevando consigo la máscara de todos los hombres.
El insomne se ríe de todo aquello por que sabe que él es ese soñador que tantas
veces ha sido soñado.
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