Podríamos hablar de las cosas que nos turban. De todos esos documentos históricos que se arruman en los anaqueles de nuestra infamia. Hace tanto que dejamos atrás las fabulas, la moraleja de la tortuga, para dedicarnos a la faena de ser comediantes de este siglo inacabado, posteriores a Garrik. Somos inexpertos en este juego quimérico de símbolos infinitos. Yo soy un tanto novato en este nuevo paso, aunque tu mirada es custodia y tiemblo…
-¡Malditos
animales turbados!- grita una voz interior
Se compendiaban tan
infinitamente perdidos aquellos tres exóticos foráneos, que variadas lenguas obraban.
Indivisibles conocedores de algo, en la saliva un poco de latín -Paulo pos futurum- No atinaban
con la dirección de la aguja que apuntaba la coqueta. Discutían escabrosamente
entre ellos, como discípulos y colegas, como monarcas adversos de reinos
exiguos por el tiempo, fluctuando cual sendero tomar, y aunque dos de ellos
fuesen ciegos ya en sus comunes ocasos y en el otro la visión de las campanas
de la realidad taconeara ilusoria y ridícula todos conocían el sendero pero
evitaban la elipse que en el infinito de proyecta como una línea recta. El uno
muy fino y enguantado fumaba de su pipa, opio y yerbas fantásticas traídas del
centro de la selva amazónica, el ciego tomaba mate ya tarareaba alguna milonga
del pampero gaucho y el penúltimo desde la arista derecha la mesa, cantaba en un
portentoso inglés algún viejo villancico o quien sabe que, un canción de amor. Residían
allí, aquejantes, primitivos y cautelosos, semejantes a calaveras de marineros
litorales. Las palabras eran silenciosos escandalosos, pero sus nombre aun imprimían
centenarios vitalicios, de jactancia y ascendencia.
En la orla eternizada, irrisorio
se consuma el simbolismo de la afectación, la llave Salomónica, donde poco se
difiere en las infinitas estanterías, de los colosales escaparates, guardias de
galimatías enciclopédicos lucubrados en cosechas sempiternas o en los sueños de
tiempos interminables. Los álbumes de sus difuntos reflejos pasquines, grabados
en púrpura, no en negro, nunca en blanco. La tinta seca en contraste de un
papel amarillento que se lo zampa el tiempo con su glotonería de horas y décadas.
Nuevos volúmenes que pregonan la imagen del primer libro devorado.
Rendidos a su derrota, sin
alcanzar la brújula o la espada, advirtieron los tres, un perro mugroso y con sarna
que entraba en ese agujero de conejo y sin ladrar algún saludo para alguno de
los presentes, se meó embustero y con desfachatado ímpetu, bajo la pata de
madera de la mesa coja del frente. Y sin mucho aliento, como a modo de maullido
de can arcaico, largándose al demonio repitió para los cuatro:
Fíjate
que el techo es de mañana
Y en
domingo la espuma está en barata.
El mugriento sinvergüenza gruñó
un fingido adiós y se fue al diablo, no sin dejar una inquietud en las cabezas,
una incertidumbre en el alma, no sin suscitar un misterio.
-¿Qué fue lo que quiso decir ese
pulguiento bicho, con ese verso tan raro?- preguntó para todos en la consola el
de ligero mostacho irlandés desde la arista izquierda llevando sus anteojos
bien puestos y sin aun hurtarse el
sombrero. – ¿Quieres té?- preguntó el franchute a talante de evasiva, sin tener
muchas intenciones de responder a la anterior diatriba.
– ¡No! Es realmente absurdo,
extravagantemente quimérico y ni siquiera es lunes aun, para andar visitando al
señor conejo, ¡maldito perro estúpido con maullido de gato!- dijo el irlandés
algo fastidiado o tal vez curioso
-¡Se ve a leguas que ese perro
no sabe ladrar!- repitieron los tres a coro para sentirse de alguna forma
aliviados
–no soporto este paradójico disparate, estoy
harto de jugar a comprender mis propios enredos ¿para qué albergar en mi cueva
otro más?, ¿dime tu pequeño Stephen
que piensas de tu descarado padre? ¿Sientes vergüenza de tu ponderoso creador?-
Los que se hallaban en la mesa, miraron desconcertados, con ojos de vaca al
forastero
–El pobre tipo debe haber
perdido su poco de cordura, debió por culpa de su sombrero o por Kitty O,shea,
o por la idéntica Nora…- Murmuraron entre si los otros dos.
-¿Dónde estarán los demás?
¿Dónde está aquel al que siempre hemos buscado? ¿Habéis visto acaso al
insolente niño merodear por nuestra mesa?-
-No, no le hemos visto, de
haberle atisbado no estaríamos aquí tan perdidos, tan desorientados-
respondieron los otros extranjeros, al forastero.
-No queda más salida en este
laberinto que dar vueltas en círculos, la espiral y el vértice de esta, ya de
nada sirven- replicó el francés con astucia y ensueño.
-tienes razón querido asno,
tienes toda la razón- asintió el otro, el ciego. Luego de colapsar un tiempo en
el tiempo todo, los sentados nómadas, se pusieron de pie, en el muro y
caminaron tontamente por la triangular estructura, sin hallar el radio de la
constante. Horas infinitas cruzaron, instante irrepetibles y no llegaron
posiblemente al lugar deseado. Es de locos caminar en círculos en formas piramidales.
El mismo punto cruzado era para el entonces algo más que un imposible,
irrepetible, no existía en la marcha, la creación nigromántica del 1, ni acaso
la copia del 2 y el tres, el 3, era solo una risible penitencia de jesuitas
(padre, hijo, espíritu). La idealización del cubo, la formula precisa, era más
absurda y descabellada e incluso para estos tres caminantes guías, que sin
notarlo, siempre fueron 4. Sin sospechar que el cuarto siempre estuvo hay y sigue
allí, contemplando, escudriñando, caminando, dando vueltas en círculo
persiguiéndose la cola, como repitiendo el moviendo de su sombra. Apretando su
vida en ese caracol donde está grabada la historia del hombre y de todos los
hombres. Es cuarto forastero que trata con locura de encender el fuego de los
dioses muertos o relegados y ahumar en la cumbre del lenguaje todo lo que no
resta ni suma fuera de la triada, del ciclo.
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