Sales a la calle y
el viento no te toca. Pero eso ya no te perturba, a pesar de la inclemencia que
azota a los que pasan a tu lado y no te notan. Miras al cielo y piensas que las
estrellas son la ilusión, el sueño de algún trastocado eremita. Tú también has
dejado de creer en la infinidad de las estrellas y presumes que las luces de
aquellos astros no son más que espectros del pasado. No puedes evitar ese vínculo
contigo, tu, eres como aquellas lejanas creaturas inertes, inexistentes. Tu que
eres ya, la sombra, el espectro de aquel quimérico individuo que fuiste hace
miles de años. Puedes disimular ante el resto que eres un hombre que se pasea
por la calle en las noches de verano, puedes asegurar que te pavoneas con tu
sombrero y tu bastón. Puedes sonreírle a las bellas damas, y en esa sonrisa no aparecerá
ningún eco, ya sea porque no existe para ti, belleza en aquellas efigies exánimes
femeninas, o bien porque en tu sonrisa aquellas mujeres solo alcanzan a bordear el abismo
de lo transido, de lo fraguado y lo abandonado por el insondable destino.
No sientes tus
pasos, no te fatigas. Sigues sumido en el sueño de esa noche de verano, donde
las borrascas asaltan a tus vecinos fabulados pero nunca a ti. Tu perduras,
sigues imperturbable, un objeto móvil en un mundo estacionario, ajeno a la
materia del viento.
La noche podría ser
maravillosa, si tuvieras los ojos de un infante que en sus primeros parpadeos
atisba un nuevo universo que nace con él; pero para ti, el universo, es una
enorme calavera, que se agita en un profundo y oscuro agujero. Sientes pena, si
es que aun guardas algún dejo de emoción en tu nueva y arcana compostura
formica. Intentas engañar las cuencas ausentes de tus ojos, proyectando un
sueño que alguna vez fue tuyo. Pretendes recobrar en la memoria que fue tuya,
ese rostro multiforme, pero eternamente femenino, que mudó de nombres que ya no
recuerdas, de expresiones, de miradas donde en universos paralelos se repite
infinitamente más allá del tiempo la misma e inescrutable lágrima que jamás
pudiste consolar. Ficcionas fracasos de hazañas improbables, donde intentaste
rescatar a la princesa y hacerte ese nombre que no te corresponde: EL HÉROE.
Creíste haberla
olvidado por un tiempo, aunque ahora la hayas olvidado para siempre, pero ella
siempre regresaba intermitente, aprovechando los descuidos de la vigilia para filtrarse
en tu imaginación, siendo ella una figura que no tiene forma preconcebida en ningún
recuerdo, en ningún imago pretérito, no es el monstruo quimérico de millones de
mujeres que pasan y han pasado por tus ojos. Ella trasciende a la mujer, ella
no es una mujer, es simplemente ella, la que agoniza, en ese mundo sin tiempo,
en un orbe inmerso en una cúpula infranqueable, donde la muerte ha dejado de ser lo que fue
en un instante futuro, para perpetuar el instante inmortal que preludia al
ocaso de la vida. Ella está más allá de la existencia, mas allá de la sombra y
los espectros, más allá del onírico recuerdo de tu fantasma que vaga sin que
el viento ligeramente lo acaricie por estas calles en esta noche de verano que aconteció hace
miles de años antes de llegar a este momento donde tú, te detienes y descubres,
que nunca has esta junto a ella, pero que nunca tampoco has estado tan cerca de
ella como lo estarás en el imposible del ayer.
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