Presunta memoria de un sueño que pudo acaecer (primera carta para Andromeda)

Sales a la calle y el viento no te toca. Pero eso ya no te perturba, a pesar de la inclemencia que azota a los que pasan a tu lado y no te notan. Miras al cielo y piensas que las estrellas son la ilusión, el sueño de algún trastocado eremita. Tú también has dejado de creer en la infinidad de las estrellas y presumes que las luces de aquellos astros no son más que espectros del pasado. No puedes evitar ese vínculo contigo, tu, eres como aquellas lejanas creaturas inertes, inexistentes. Tu que eres ya, la sombra, el espectro de aquel quimérico individuo que fuiste hace miles de años. Puedes disimular ante el resto que eres un hombre que se pasea por la calle en las noches de verano, puedes asegurar que te pavoneas con tu sombrero y tu bastón. Puedes sonreírle a las bellas damas, y en esa sonrisa no aparecerá ningún eco, ya sea porque no existe para ti, belleza en aquellas efigies exánimes femeninas, o bien porque en tu sonrisa aquellas mujeres solo alcanzan a bordear el abismo de lo transido, de lo fraguado y lo abandonado por el insondable destino.

No sientes tus pasos, no te fatigas. Sigues sumido en el sueño de esa noche de verano, donde las borrascas asaltan a tus vecinos fabulados pero nunca a ti. Tu perduras, sigues imperturbable, un objeto móvil en un mundo estacionario, ajeno a la materia del viento.
La noche podría ser maravillosa, si tuvieras los ojos de un infante que en sus primeros parpadeos atisba un nuevo universo que nace con él; pero para ti, el universo, es una enorme calavera, que se agita en un profundo y oscuro agujero. Sientes pena, si es que aun guardas algún dejo de emoción en tu nueva y arcana compostura formica. Intentas engañar las cuencas ausentes de tus ojos, proyectando un sueño que alguna vez fue tuyo. Pretendes recobrar en la memoria que fue tuya, ese rostro multiforme, pero eternamente femenino, que mudó de nombres que ya no recuerdas, de expresiones, de miradas donde en universos paralelos se repite infinitamente más allá del tiempo la misma e inescrutable lágrima que jamás pudiste consolar. Ficcionas fracasos de hazañas improbables, donde intentaste rescatar a la princesa y hacerte ese nombre que no te corresponde: EL HÉROE.

Creíste haberla olvidado por un tiempo, aunque ahora la hayas olvidado para siempre, pero ella siempre regresaba intermitente, aprovechando los descuidos de la vigilia para filtrarse en tu imaginación, siendo ella una figura que no tiene forma preconcebida en ningún recuerdo, en ningún imago pretérito, no es el monstruo quimérico de millones de mujeres que pasan y han pasado por tus ojos. Ella trasciende a la mujer, ella no es una mujer, es simplemente ella, la que agoniza, en ese mundo sin tiempo, en un orbe inmerso en una cúpula infranqueable, donde la muerte ha dejado de ser lo que fue en un instante futuro, para perpetuar el instante inmortal que preludia al ocaso de la vida. Ella está más allá de la existencia, mas allá de la sombra y los espectros, más allá del onírico recuerdo de tu fantasma que vaga sin que el viento  ligeramente lo acaricie por estas calles en esta noche de verano que aconteció hace miles de años antes de llegar a este momento donde tú, te detienes y descubres, que nunca has esta junto a ella, pero que nunca tampoco has estado tan cerca de ella como lo estarás en el imposible del ayer.

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