Hace tiempo cuando mis cabellos no eran aun canos, fui participe silencioso
de una épica contienda por mi alma. Dos venerables espíritus se citaron en mi
biblioteca para batirse en duelo, mientras yo inocente realizaba mis primeras
lecturas a los libros de alquimia que heredé prematuramente de mi padre.
Aquellos sublimes fantasmas aseguraron ser las empíreas potestades del bien y
el mal, creadores de todo lo creado y lo que aun esta por ser creado, reyes absolutos
del cielo y el infierno, eternos enemigos que habían venido hasta aquí, frente
a mis fatigados ojos juveniles, para que fuese yo, el juez imparcial de la inmortal
contienda. El espíritu seductor, ágil y luminoso, que se atribuía a sí mismo
como el hacedor de la bruma fue el primero en presentarse: querido hijo, he ascendido
de mi reino oscuro para luchar con mi refulgente espada ante este viejo
desgraciado, para liberar tu alma del triste yugo te ha impuesto sin ningún
consentimiento, faltando a la promesa decretada del libre albedrio y que el
hipócrita asegura haber respetado- el otro espectro, que relucía más severo y
soberano lo miró con una impasible cólera, que fácilmente acunaba el poderío de
mil rayos, pero se limitó a decir con voz muy queda: Ea! pues hijo mío, sabes que
no necesito presentación alguna, yo soy el que soy, y he venido acabar con este
vástago podrido de mi estirpe, de una buena vez ante tu inocente y humana mirada, se pues
de una vez espectador y juez de esta victoria mía y apresúrate a dar la orden
para que inicie la contienda, para que así acabe yo sin más dilatación de los
tiempos con este espíritu dañino que te ronda- desenvainando su noble espada
relampagueante espero impaciente mi anuncio, mientras yo, pobre estudiante de
los pueriles misterios de pequeño mundo nuevo que intentaba descifrar por ese
entonces, no sabía muy bien qué hacer, y presa de la desesperación y la
incertidumbre intente huir de aquella habitación, pero mis miembros flaquearon,
me fue inútil despegarme de mi asiento, mis piernas parecían fijadas al suelo,
y cuando así, sin remedio, resignado y triste, ya dispuesto, sin animo alguno,
a proferir el inicio del cruenta batalla, salvado fui por una tercera presencia
que apareció en medio de estos dos titanes etéreos, la figura era de una increíble
y deslumbrante belleza, era una dama rubicunda, de gráciles y desnudas formas,
que sonriente así me habló: he venido aquí, según me has llamado hijo querido,
y es pues mi labor librarte de estas molestas presencias que te agobian- y al
terminar su modesta presentación, con una sutil mirada hacia aquellas figuras,
que temblaban ante ella, los fulminó en tan solo un parpadeo, y ni cenizas
quedaron de ellos en su sitio. –ahora eres libre, hijo mío. Me dijo – ya puedes
caminar por el mundo libre de aquellos patéticos fantasmas, ve tranquilo por tu
vida ya que tu madre siempre te acompaña- dicho esto parecía desvanecerse ante
mis ojos, pero yo armado de ansiedad y misterio le pregunte-¿Quién eres?- y la
soberana criatura me respondió antes de evaporarse para siempre –Primero fui
llamada Lilith por uno de estos de estos impostores y luego entrambos me
llamaron Eva, mas mi nombre no puede ser pronunciado, soy yo pues, la madre
creadora de este mundo al cual con afanoso deseo te adentras, soy la diosa sempiterna
de la duda-. Al extinguirse la suprema figura, volví de nuevo a mis libros
sagrados y todo aquello que antes me parecía nublado me fue para siempre
revelado.
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