Inquieto, miraba hacia todo lado en busca de alguna señal que se le hiciera
familiar. Pero todo a su alrededor se le hacía enrarecido, casi absurdo. Creyó
al comienzo que se encontraba en uno de esos barrios foráneos, que los nombres
de las calles son ininteligibles. Echo un vistazo a un anuncio de un bar, y
creyó leer: Equinox, pero al fijarse con detenimiento se percató, que no decía nada
de eso, que la palabra cambiaba de modo aleatorio y en ningún momento llegaba a
confabular nada concreto. Saltaba de grenoxx
a ergxno de peerqaminox a xaerpsox y así infinitamente hasta que sonó
repentinamente su reloj despertador y la palabra se diluyó junto con el sueño.
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