Milagro extraviado



Apenas soy el remedo de aquello que quise ser y nunca fui.

Ahora, victima de la enfermedad de la vida, dejo que el vaivén del oleaje me conduzca al abismo. Ya no ansío encontrar la cura a esta locura, ni abrazar unos brazos que no sean los míos. He aprendido lentamente a no mentirme, a comprender que la soledad es la única compañera de los moribundos. Y somos todos moribundos, todos los que trasegamos por el mundo fingiendo o no un propósito, porque la meta es una y certera, justa y austera. Ya de remilgos no se guía el navío, ni de pretensiones vacuas, los amores que fabriqué no han salido nunca del retrete. Ahora silbo con más maña, una canción que le aprendí a los condenados a la horca. Esa cantinela esperanzada ayuda precariamente a dar mis pasos y olvidarme que hay un cielo que me mira con repudio, al igual que yo contemplo este mundo espejo de fantasmas que gravitan como yo, sin sendero, engañando inútilmente a su sombra, creyendo que el mañana traerá un sol más puro y más querido. Allí, en la cumbre yo les miro de soslayo, silbando y silbando, aguardando la noche para ser olvidado.

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