Meditaciones de un alpinista


Otros tiempos acontecían... ya no se escucha la opera de Gounod que conmovió Hans Catorp, aquella donde comulgan Thanatos y Afrodita, también del diablo,. ¿Qué melodía del hoy puedo traer a las letras y hacerla inmortal? Aun el más realista de los literatos poseía un encanto romántico y algún verso dejó escapar para cantarle a la luna, a las calles de corazones solitarios. El hombre siempre será un humanista contradictorio, un megalómano, un ególatra y un idiota, siempre estará fabricando ídolos, siempre estar inconforme, solos muertos tienes ese rictus plañidero que la envidia mortal añora. Tras un puente invisible se paran los profetas viendo la noche a sus espaldas, y el gran astro saluda en frente , tímido tras la montaña helada. El pensamiento parece ser cosas de locos, de holgazanes que se pasan horas tras la ventana contemplando el trasegar sempiterno de Cronos, las mujeres solo quiere ser amadas y suspiran en silencio, el mundo es un triste vomito andrógino, un espíritu desaseado suplicando de rodillas ante la marmoleta dura de un dios. Los muertos vuelven a la vida cada vez que se les nombra, los fantasmas de la fantasía cobran forma a través de la palabra de los vivos, el recuerdo es el refugio de los sueños y las tragedias, de los cadáveres y las habitaciones vacías, de los amores inconclusos, de la voz susurrante del olvido.... un joven fatigado mira hacia arriba y hacia abajo, cuanto ha caminado y cuanto ha de caminar hasta la cumbre... pobre Sísifo solitario, solo le acompaña en su larga empresa la música nívea de las alturas.

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