Inane


Era evidente que al tipo le gustaban las cosas intricadas, peliagudas y bizarras. No era de los ciudadanos comunes que se tragan todo entero. El tipo andaba siempre sospechando, dudando, indagando, buscando una verdad en cada artículo de prensa, en cada libro, en cada pintura, en los afiches de los muros, en los teatros, en las melodías de una guitarra, en la voz seductora de una mesalina, en las inscripciones de las tumbas, en el rostro pálido de los transeúntes. Cada palabra tenía un código, cada código un símbolo, cada símbolo una forma, cada forma un silencio. Las horas eran números irrepetibles, los días incontables, las auroras y los ocasos indescifrables. Sus ojos y su mente divagaban en múltiples paradigmas, laberintos que para otros eran cosa baladí. Como levantarse de la cama, mirarse en el espejo, sonreír, estornudar, seguir con vida... era un tipo complicado, austero y para muchos excéntrico. Pero aquellos pocos que tuvieron la ocasión de sentarse a escucharle hablar quedaban asombrados de su maravilloso don con las palabras, en sus diálogos eran pocas las palabras que se repetían, hasta presidia el uso reiterativo de preposiciones, versaba varias lenguas algunas ya extintas, conocía de todos los temas y los hablaba con una propiedad apabullante. Pero lo más curioso de estas peroratas era lo anodinas e inacabadas en que desembocaban. Podía hablarte por horas y parecía que te iba a resolver los misterios más profundos del universo pero al contrario te dejaba pasmado en el limbo con miles de preguntas y ninguna respuesta. Quizás la única afirmación que tenia para todo era que nada tiene fin ni argumentos irrefutables. Con el tiempo se fue haciendo mas taciturno y cabizbajo. Los pocos conocidos que tenia los apartó de sus afectos. Jamás nadie volvió a escucharle hablar. Se había asqueado de todo, vivía borracho, tirado en los parques mirando las estrellas en las noches de primavera, su rostro enflaqueció y se manifestaron marcadas ojeras, pero un talante inexpresivo definió su sino ni una risa ni una lagrima, ninguna arruga en la frente ningún gesto reflexivo, nada, nada, nada, quizás había encontrado la respuesta que siempre había buscado. Al morir revisaron sus cuadernos y una singular palabra que se repetía perentoriamente era: INANE. Nada más.

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