Valor


Tomó el arma con sus dos manos, su mirada recia, infranqueable, sin titubeos... una sombra enorme y monstruosa se desfiguraba en una danza pausada detras de su hierática figura, metamorfoseándose en el rincón de la habitación carmesí. Las lagrimas de horas pasadas habían huido por el sumidero, la cara pálida imitando el instante postrero. Lo inevitable, la liberación anhelante, el sagrado rito del gatillo, el sonido sordo y asutero, la efigie placida y rígida, la atmosfera infectada de un escarlata montecino, la luna filtrándose por la ventana, voyerista, la boca abierta, herida de felicidad.

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