Quizás una misión cumplida (a Una soledad demasiado ruidosa)



Miro con tristeza y desolación la pila de libros que tengo en frente y la comparo con el pequeño montículo que llevo a mis espaldas mientras a lo lejos en las alturas, vuela una cometa, a duras penas podría hacer una perniciosa y diminuta bala con un epígrafe ridículo en tributo al venerable Hanta. La montaña que miro en el horizonte, es inconmensurable, la tragedia de un literato audaz como mi querido Anaximandro, el tiempo siempre devorándose las hora que nos restan, burlándose de la nimiedad que somos en su insipiente seno. No puedo ser como el homero prehistórico de El inmortal, para sentarme toda una eternidad a leer y olvidar una vez terminado, cada libro que habita en la interminable biblioteca de la humanidad. En ascuas de mi corta vida, quedaran en la niebla o en el sueño tantos grandes libros, tantos adorados versos que mi voz jamás repetirá. ¡Malogrado lector! me repito tantas veces, un necio animal que divaga entre el sueño o la quimera de símbolos retorcidos... Puedo decir que es un logro flojo el mío (pero grade para mi miseria), haber leído en silencio, conmovido y algunas veces sonriente, ese silencioso ruido que emanaba de la prensadora de papel, de ser espectador de una épica batalla de ratas, de compartir esa devoción por la angelical y escatológica Maruja, de hallar en esa gitana sin nombre la efigie onírica de mi Ariana, de tantas cosas que mi memoria quiere guardar en un cajón mohoso… Hrabal escribió una novelita tan breve y exquisita que como el mismo dice en ella es como para chuparla como un dulce de menta. Es casi honor el hecho de haber tenido el gusto de leer varias obras de este genial y no tan reconocido escritor checo (no reconocido lo suficiente en estos tiempos y lugares) como haber servido al rey de Abisinia. Por lo menos debo decir alegre y victorioso aunque sea un fracasado de aquí en adelante con mi pequela bala de libros, que he leído una Soledad demasiado ruidosa

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